Ellas hablan
Durante las noches, las mujeres de una comunidad menonita se pierden en profundos sueños y son sometidas por Satanás. Al despertar, los sangrados vaginales certifican la posesión diabólica. Al menos, esa es la versión de los hombres de la misma comunidad, quienes también ensayan teorías que surcan lo esotérico y lo estúpido para interpretar los extraños acontecimientos. Estos misteriosos hechos convierten a las afectadas en personas inmorales que están obligadas a pedir perdón a sus semejantes, es decir, a los hombres.
Lo cierto es que varias veces a la semana, niñas, adolescentes y jóvenes son violadas en estado de inconsciencia por los mismos hombres que intentan justificar sus atrocidades bajo un velo de absurdo paganismo. Padres, vecinos y esposos, se encuentran entre los victimarios. Todo cambiará cuando las sospechas de las mujeres se conviertan en certezas y acusen a uno de los pervertidos. Sin embargo, el pueblo, regentado por hombres, obligará a las mujeres a que perdonen, una vez más, al violador. Cansadas de las injusticias, deciden votar en secreto por tres opciones: callar, luchar o huir.
Ellas hablan es un evidente manifiesto atemporal que aboga por millones de mujeres que son abusadas a diario en todo el mundo, pero que no solo se centra en el aspecto del forzamiento sexual. Sarah Polley, que también ejerce de guionista, desmonta los miedos y las rutinas de una pequeña congregación que normaliza la percepción de la mujer convertida en un objeto o un accesorio que está al mismo nivel -y que tiene los mismos derechos- del ganado que pastan los hombres. La crítica hacia este tipo de sociedad se agudiza cuando se descubre que la historia está contextualizada en el 2010 y no hace 100 años como podría pensarse si no se conocieran las características de las comarcas menonitas más tradicionales. La película abre un espacio para debatir la posición de la mujer en las religiones más fundamentalistas o, simplemente, en una sociedad actual que no progresa en términos de igualdad.
Lo mejor de la mirada de Polley es que no se ciñe a la denuncia estancada en el drama telenovelesco o el regocijo en el dolor ajeno. Polley estructura una gesta liberadora apoyada en un reparto coral donde ocho mujeres de diversas edades opinan acerca de lo que significa existir a la sombra del hombre. El resultado es auspicioso si tenemos en cuenta que el empoderamiento femenino que propone el film parte de un escenario opresor que, a la vez, multiplica las opiniones de las mujeres en sentidos contrapuestos o consensuados.
De esta forma apreciamos a mujeres que prefieren callar porque en caso de huir el reino de los cielos no abrirá sus puertas para ellas. O tenemos a las mujeres que desean romper con el pasado y afrontar nuevos destinos lejos de los dictámenes que manda su iglesia. También están aquellas que miran a la frontalidad como su única opción y que no les importa la negación de una deidad que solo ve con buenos ojos lo que hacen los hombres. Los intercambios de ideas entre las mujeres están expresados por medio de largos diálogos, por momentos repetitivos, que tienen una puesta en escena de base teatral. Quizá eso lastre, por momentos, el ritmo de la película. Aunque Polley alterna esas largas secuencias con tomas paisajísticas que elevan la percepción de vastedad de la geografía rural y de soledad interior que gobierna a las féminas.
Ellas hablan -basada en el libro homónimo de la escritora canadiense Miriam Toews- tiene un cimiento actoral donde destacan Rooney Mara, Claire Foy, Judith Ivey, Ben Whishaw, Jessie Buckley, Sheila McCarthy y Frances McDormand (quien también es una de las productoras). Si bien sus posibilidades de llevarse la estatuilla dorada en la categoría a Mejor Película de los premios Oscar 2023 son pocas frente a otras propuestas, queda claro que estamos frente a una cinta vigorosa que puede incomodar y satisfacer a diversos públicos. Una fina sensibilidad que va en dirección distinta a lo que manda la corriente.