Rubia
La tarea de retratar a Marilyn Monroe es muy complicada. Los que la conocieron tienen diversas versiones para sus múltiples facetas. Debbie Reynolds, Jack Lemmon, Clark Gable, Marlon Brando, Arthur Miller, John Huston, Richard Avedon, Truman Capote y una larga lista de personajes cuentan que más allá de su química natural con las cámaras, la actriz siempre estuvo envuelta en un manto de interrogantes. Una desubicación en el espacio y en el tiempo que solo se interrumpía cuando los flashes le apuntaban y su figura magnética refulgía como la estela de un cometa fuera de órbita.
Con Rubia, Andrew Dominik se suma a la lista de auscultadores del mito hollywoodense. El director toma como base a Blonde, la novela de Joyce Carol Oates -prominente literata que a base de compulsión narrativa e intensas historias ha situado su obra en las habituales ternas de los premios Pulitzer y Nobel-, para desmenuzar a la leyenda cinematográfica. El australiano, al mismo estilo de Oates, arma y desarma a Monroe en varias facetas de su vida. Desde la infancia hasta su prematura muerte, muestra a una mujer que fue creada por y para la industria del entretenimiento, entorno en el que vivía disconforme con su propio rol de socialité, dama de compañía, objeto sexual y estereotipo de tonta platinada.
Rubia es un espejo de confusión y conciencia, pero también es osadía. ¿Cuántos directores pueden filmar casi tres horas jugando con planos, formatos y efectos especiales y salir indemnes? No se puede negar que Rubia carga ornamentos excesivos desde la formalidad de su lenguaje y un barroquismo alegórico que podría crispar hasta al más escéptico iniciado en la vida de Monroe. Sin embargo, entendemos que Dominik lleva al extremo una variante ficticia de una vida extrema. ¿Se puede esperar menos de una película que destruye los moldes idílicos estadounidenses de la maternidad, el matrimonio, la resiliencia artística, el éxito popular y la paternidad del poder político? No. Dominik reparte violentos mamporros discursivos como si colocara estrellas en los pechos de los héroes de doble rasero.
Y el exceso también es ese magnífico torrente de emociones llamado Ana de Armas. Su frágil figura se alimenta de las rajaduras espirituales y psicológicas que tenía la propia Monroe, la real, la de Oates, la que le exige el director. De Armas capta el hecho de ser y no darse cuenta de lo que acontece. De mirar a otro lado para complacer a los demás. De satisfacer para llenar el vacío eterno. La actriz evoca con su interpretación algo que siempre se le criticó, y aplaudió, a la Monroe: su habilidad para canjear la carencia de método actoral por la inmersión en los propios recuerdos a fin de sacar adelante personajes complejos -sino veamos a Monroe en The Misfits-. Socialmente, Monroe era un personaje. Norma Jeane Mortenson -nombre real de Marilyn-, era la mujer detrás de una imagen pública que la canibalizaba. A De Armas le costará mucho desprenderse de su personaje. Al igual que Monroe, es una gran actriz; además conmueve por la fuerza no verbal de su performance, algo que Monroe aprovechó al máximo en todas las películas que apareció..
Como ya lo hiciera con el hermoso documental sobre Nick Cave, This Much I Know to Be True, estrenado hace pocas semanas en otra plataforma vía streaming, Dominik, ahora en clave de ficción -siempre cabe aclarar esto, especialmente a los afiebrados biógrafos de Monroe- propone una mirada de triste e indignada lírica donde atenúa las experiencias dolorosas y las enfunda en episodios ordinarios o normalizados. A través de Rubia emprendemos un viaje incómodo por el maltrato infantil que una demente, la madre de Monroe, ejecuta amparada en el abandono que sufre por parte de un amante. También hay otros episodios como una violación que exhala la complicidad de la industria del cine; una felación, a un centímetro de la pornografía, que trastoca la imagen romántica de JFK; un trío sexual que expone al alcohol y a las pastillas como vías que ayudan a evadir la realidad y la necesidad de ser querida; o el arrojo de la cámara que simula una mirada desde el interior de una vagina al momento de un aborto.
Dominik sabe ser brutal sin perder la perspectiva de la estética. No se trata de una puesta en escena efectista. Sí, hay regocijo y envanecimiento en todo ello. Y no importa porque cada plano, escena y secuencia que el director crea muestra a una víctima que aguantó hasta donde pudo sin tener demasiado margen para decidir. Hasta cierto punto, la lectura de Dominik pasa por saldar cuentas y hacer justicia. Por otro lado, las licencias narrativas del director también ayudan a tomar distancia del libro de Oates -un increíble texto de casi mil páginas- evitando una repetición absurda que solo sería posible replicar por medio de una miniserie o serie.
Rubia es una película que contiene varias películas: la biográfica, la presuntuosa, la experimental, la audaz, la desmitificadora, pero, sobre todo, es un extenso y vanidoso ejercicio que retrata una etapa de la historia del cine donde Marilyn Monroe es carne de cañón, genia y figura.