El ángel de la muerte
La tendencia de recrear la malograda y magnética vida de asesinos en serie, a través de producciones distribuidas por las plataformas de streaming, ayuda a subrayar el potencial del thriller y sus mecanismos narrativos actualmente. Todo en un contexto donde las audiencias son muy volátiles y se pierden en un laberinto de posibilidades centralizadas desde y por el mando a distancia. Es decir, la amplitud de un catálogo inabarcable ofrece la oportunidad de pescar piezas que invitan a una relectura del género, acorde a nuevos tiempos en que series y películas integran un mundo cinematográfico tan prolífico como descartable.
El último suceso visto en Netflix, en formato de serie, es Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer. La entrega comienza con un capítulo antológico donde la tensión dramática brilla durante casi una hora. También sirve de referencia para deconstruir una trama que puede ser contada sin un orden cronológico convencional. Ambos recursos funcionan como marcas registradas de un sistema que, a primera vista, es tildado por muchos como efectista. Sin embargo, estamos ante ejercicios que despliegan pulsos narrativos que buscan impactar con cierto grado de sofisticación para convertir el visionado en una experiencia sorpresiva.
En esa misma dirección es que emerge El ángel de la muerte, basada en el libro The Good Nurse: A True Story of Medicine, Madness, and Murder, escrito por Charles Graeber, que narra la vida de Charles Cullen, enfermero conocido por asesinar a decenas de pacientes mientras trabajaba en centros médicos privados de la costa este estadounidense. Bajo la dirección del danés Tobias Lindholm -guionista junto a Tomas Vinterberg en Otra ronda– y la distribución de Netflix, la película desarrolla el caso Cullen (interpretado por Eddie Redmayne) a partir de la mirada de Amy Loughren (Jessica Chastain) la enfermera que delató al asesino y ayudó a capturarlo.
Al inicio mencionaba que las posibilidades de consumir un thriller en plataformas son muy amplias y arriesgadas, pero que aun así la ingente cantidad de películas y series podía llegar a ser una opción de vitalidad para el género. Así como la obra acerca de Dahmer pone el foco en su triste y desventurado pasado para que, posteriormente, se logren detonar pasajes escalofriantes que funcionan como engranajes de relojería, la historia de Cullen abre otra perspectiva que incorpora el componente melodramático a fin de profundizar en temas colaterales. En este punto Lindholm recurre a la crítica social y dispara al negocio de la salud en manos del sistema de clínicas en los Estados Unidos. De paso desnuda la precariedad del servicio estatal y las componendas bajo la mesa entre estudios de abogados y médicos empresarios que olvidaron el juramento de Hipócrates.
El ángel de la muerte se desarrolla en dos tiempos muy bien definidos. El primero de ellos ahonda en las angustias emocionales y económicas de Amy, mientras que el segundo recorre los sucesos que van a parar con el apresamiento del asesino. En este sentido, lo mejor de El ángel de la muerte se posa en la dupla protagónica integrada por Chastain y Redmayne. El peso de la construcción en el personaje de la actriz es vital para instaurar líneas que delimitan subtemas como la relación madre hija, los derechos laborales, la solidaridad con el prójimo y la impotencia de las autoridades. Lo curioso es que el personaje de Redmayne, que podría ser el imán de la historia, no tiene un pasado a develar ni un antecedente que lo convierta en el misterioso asesino a estudiar. Cullen sirve como excusa para que Lindholm ponga a prueba la ética y el valor que tiene la amistad para la enfermera.
El ángel de la muerte no solo es una buena película por el trabajo de las cabezas de su elenco sino que augura variantes al momento de enfocar las historias asociadas a psicópatas y asesinos en serie. Se trata de variar sin perder el hilo. De arriesgar para no repetir y terminar destruyendo nuevas tendencias que nutran al género.