No te preocupes, cariño
La experiencia de visionar No te preocupes, cariño es agotadora. Valga la aclaración, el cansancio que supone llegar hasta su desenlace no solo está relacionado a su trama o a los riesgos de su rocambolesco guion. Conforme transcurren los minutos, la película protagonizada por Florence Pugh y Harry Styles va cayendo en un abismo de incongruencias que alberga dudas sobre si lo que se ve es un experimento pretencioso o una torpeza monumental. O quizá ambas cosas.
Jack (Styles) es un simpático ingeniero técnico en pleno ascenso laboral que está casado con Alice (Pugh), una diligente y atractiva ama de casa. Componen un matrimonio joven, apasionado y ambicioso. Al igual que sus vecinos, los Chambers forman parte de una comunidad idílica y exclusiva llamada Victoria. Frecuentan barbacoas, cenas y fiestas. Por la mañana, a bordo de lujosos y coloridos automóviles, los hombres se van al trabajo -todos laboran en la misma empresa- mientras las mujeres se quedan en casa. Ellas se pierden en charlas hedonistas y vacías. Algunas cuidan a sus hijos. Otras, riegan sus jardines. Jack y sus amigos no pueden revelar lo que hacen en la corporación donde pasan largas jornadas. Es un secreto que sostiene y armoniza el ostentoso modus vivendi de los victorianos. Un día, Alice descubrirá que no todo es lo que parece y remecerá las estructuras de la comarca de plástico.
Dirigida por Olivia Wilde al amparo de un guion coescrito por Katie Silberman, Shane Van Dyke y Carey Van Dike, No te preocupes, cariño plantea una historia que bien podría encajar como un alegato reivindicativo de género o una pieza de ciencia ficción donde los viajes en el tiempo y las realidades utópicas confluyen. La película de Wilde inicia con la exploración de las costumbres familiares y comunales de los Chambers hasta que se desvía por un sorpresivo camino en el que Alice toma conciencia de la artificialidad de su existencia. Ese giro -intrigante y decisivo para la trama- nos llevará hacia una serie de imágenes inconexas que integran una atmósfera agobiante. Lo más llamativo es que todo está ambientado en los años cincuenta.
Bajo la fachada del thriller, No te preocupes, cariño va forzando su premisa hasta convertirla en un ejercicio repetitivo donde lo más delirante está representado por la sobreactuación de Pugh y la indolencia de Styles. Al intrascendente duelo interpretativo se le suma la mala ejecución de una idea que juega a ser el remedo de un Lynch descafeinado o un Orwell entre algodones. La directora abusa de los delirios de Alice para demostrar, una y otra vez, que estamos ante las pesadillas de una mujer incomprendida. Lamentablemente, la reiteración lastra las posibilidades de avanzar por espacios y tiempos que fomenten mayor intriga. Wilde se estanca en el quejido y abandona la mirada magnética que distingue a su obra durante la primera hora.
No te preocupes, cariño se escuda tras sus lustrosos trabajos de fotografía y de ambientación. Los colores cálidos transmiten esa falsa y encantadora alegría que distingue a los personajes, con mayor énfasis en las damas. Mientras que el diseño de producción nos lleva sin paradas ni dudas hacia tiempos donde el concepto de prosperidad era el plato central del menú del sueño americano. Una traza propia de la generación posguerra. Es curioso pensar, y reconocer, que estas aparentes fortalezas -fotografía y ambientación- son puntos vitales de la artificialidad de la película.
Es decir, Wilde abusa del preciosismo de las imágenes y descuida la coherencia narrativa al punto de que cada giro se convierte en una experiencia insufrible. No es mejor quien pretende enrevesar más la trama sino quien cohesiona los giros para potenciar un final que estalle en la mente de los espectadores. No te preocupes, cariño da muchos giros, se marea y termina por agotarse.