Para Chiara
Chiara (Swamy Rotolo) vive en una encrucijada: no sabe si seguir la línea delictiva y los beneficios que le traza la ‘Ndrangheta, organización para la que trabaja su padre, o abandonar ese modo de vida y empezar uno nuevo lejos de su familia y de los riesgos de la mafia. Lo curioso es que Chiara solo tiene 15 años. Antes que descubriese las actividades de su padre, la adolescente pasaba el tiempo ejercitándose en el gimnasio, asistía a la escuela, tomaba paseos por el malecón y departía con sus hermanas y su madre. Temperamental y apasionada, la joven deberá elegir entre el desengaño y la incertidumbre.
Para Chiara, largometraje del director italiano Jonás Carpignano, es un tenso drama que va adquiriendo características de thriller conforme los hechos se tornan más intensos. En paralelo, lo más inquietante en la arquitectura de este filme se reserva a la construcción de atmósferas que, gracias a primeros planos generados por una cámara en constante movimiento, otorgan una riesgosa naturalidad que potencia la gran actuación de su protagonista y los conflictos que va atravesando.
Al menos en la primera media hora de metraje, el director hace todo lo posible para que el espectador se acerque al significado que tiene la unión familiar en el seno de la comunidad calabresa: una combinación de códigos tradicionales y tendencias de las nuevas generaciones que confluyen en la fiesta de cumpleaños de la hermana mayor de Chiara.
A excepción de Rotolo todas las personas que intervienen en la película no son actores profesionales. Ello le sirve a Carpignano para que su registro se aproxime hacia el documental sin que pierda algunas de las condiciones de su ficción -un producto de estructura aristotélica y de acción lineal que adquiere coherencia por el despliegue eficiente de su carga emotiva-.
Es paradójico que mientras Para Chiara apela al registro naturalista para mostrar la cotidianeidad de sus personajes también emplee a fondo un revestimiento fotográfico pulido y fresco. Por lo tanto, no sorprende que el resultado corresponda al de un retrato que simplifica las relaciones interpersonales sin descuidar la belleza de las locaciones, a través de la fuerza que entregan sus imágenes.
Para Chiara también es un mapa de la sociedad italiana contemporánea, especialmente de las zonas deprimidas ubicadas al sur de la península que en los últimos 30 años han sido controladas por el crimen organizado. Si bien la cuestión de la familia es lo que más se valora en el tejido delincuencial que expone Carpignano -sin importar las lealtades y los desencuentros-, también se siente la jerarquía aplastante de un sistema opresor que se vale de los eslabones más débiles para operar con impunidad.
El padre de Chiara es un instrumento intercambiable -por más que él se sienta imprescindible en su red de traficantes- y sus secuaces meros matones que no tienen posibilidades en la línea de ascenso. El director entiende que los tiempos han cambiado y que estos nuevos herederos cinematográficos de El Padrino no tienen el glamur del clan Corleone, pero sí la autosuficiencia de los Soprano o la determinación de los hampones protagonistas de series como Gomorra o Suburra.
Para Chiara oficia en algunos pasajes como un ejercicio intimista de contemplación autoral -sello distintivo de su director-, mientras que en otras secuencias trepa en tensión hasta convertirse en una explosión de sensaciones que plasman realismo sin ceder en su capacidad para entretener. La última película de Jonás Carpignano es fantástica por su cariz realista y su mirada audaz.