El hombre gris
Hace once años se estrenó Drive, la estilizada e iracunda pieza de Nicolas Winding Refn donde Ryan Gosling se pone la piel de un conductor justiciero que enfrenta al hampa sin importarle el riesgo. Como director, Winding Refn se alzó con la Palma de Oro en Cannes y su película obtuvo múltiples nominaciones en cuanto festival y certamen se le cruzó por el camino. A la vez, el primer rol de Gosling en una película más lanzada hacia la acción llamó la atención de todos los frentes. Alejado de los melodramas o las comedias, Drive ofrecía al actor un camino donde las escenas de riesgo permitían apreciarlo con solvencia a pesar de su impertérrita gestualidad. Por primera vez, la fisicidad de un personaje suyo se convierte en un recurso que potencia la esencia del filme donde figura como cabeza de cartel.
En el 2022, Gosling protagoniza El hombre gris, una película de acción tan explosiva -literalmente- como descartable y armada con torpeza en su intento por imitar el molde que impera en el género desde hace algunos años. Gosling es Court Gentry un presidiario reconvertido en agente de la CIA al que se le asignan misiones fantasma donde debe asesinar a todo tipo de criminales. Por casualidad, un día descubre que la agencia está liderada por un corrupto que podría ser descubierto. Entonces, Gentry, al ser una amenaza, deberá ser liquidado. Es decir, el cazador tendrá que ser cazado.
Si lo que han querido los hermanos Russo, directores de la pieza en cuestión, es usar el prototipo de las actuales referencias para extender las posibilidades argumentales y narrativas solo queda decir que han fracasado. Y si la intención no fue esa y, en cambio, el objetivo estaba orientado a descubrir la pólvora solo queda decir que también han fracasado. Normalmente, lo que hemos visto en la última década es que los prototipos de filmes de acción, como los que están comprendidos en las sagas de Misión imposible o John Wick, han servido de guía para tantas otras que sumaron alguna pizca de originalidad -las innumerables cintas recientes protagonizadas por Liam Neesom, por ejemplo-.
El hombre gris es sencilla y previsible desde su trama. Eso no es malo. Lo terrible de la propuesta está en que de algo básico se quiere forzar una serie de giros tan inverosímiles como inconsistentes. Todo está plagado de rocambolescas situaciones donde las subtramas no terminan de cuajar. Lo más parecido a masticar una goma cuando ya no tiene sabor y seguir haciéndolo como un acto mecánico, rumiante. Los directores ni siquiera pueden aprovechar la motivación que sostiene a su protagonista -una mezcla de lealtad y venganza- sin que todo caiga en el saco roto de la caricatura.
Y es aquí donde Gosling vuelve a tallar gracias a la imperturbabilidad de su performance. Las pocas líneas de humor negro que tiene su personaje nunca conectan con la actitud de modelo de pasarela que ostenta en casi dos horas de trabajo. Gosling, el maniquí, no se puede mirar en el reflejo carismático de Tom Cruise, mucho menos en la acritud del antihéroe que encarna Keanu Reeves. Gosling no tiene la misma base que prometía en Drive. Se trata de una versión aburrida y risible.
No sé si los hermanos Russo se olvidaron que no estaban haciendo una película de los Avengers y pensaron que pasear su trama por locaciones de media Europa les iba a resultar más espectacular. De lo que sí estoy seguro es que El hombre gris es más acromática que parte de su propio título y se distingue por su orquestación de fogonazos artificiales sin alma.