C'mon C'mon: siempre adelante
Johnny (Joaquin Phoenix) es un periodista radiofónico que recorre diversas ciudades de los Estados Unidos con el fin de recoger las opiniones de adolescentes y jóvenes que explican cómo imaginan sus futuros y qué piensan sobre el mundo. El trabajo del comunicador le depara respuestas sorpresivas que lo hacen reflexionar acerca de las preocupaciones y preferencias de los entrevistados, pero, sobre todo, lo devuelven a una realidad donde la marcada brecha generacional, nutrida de ideas y sentimientos contrapuestos, será lo más llamativo de la desconexión entre padres e hijos.
Johnny no tiene hijos, aunque sí un sobrino, Jesse (Woody Norman), al que deberá cuidar por un tiempo mientras la madre del niño ayuda a su exesposo a estabilizar sus desórdenes psiquiátricos. La labor itinerante de Johnny lo obligará a viajar con su sobrino por varios lugares. La relación entre ambos crecerá en intensidad gracias a la forma en que el hombre redescubre los lazos afectivos -todavía sufre a causa de la muerte de su madre- y a las inesperadas emociones que condicionan la conducta de Jesse.
Bajo la fachada de una road movie dramática, C’mon C’mon: siempre adelante retrata la historia de una familia disfuncional que explora las complejidades de la paternidad y del duelo. Su director Mike Mills, acostumbrado a escarbar en las fisuras emocionales de sus personajes -basta recordar dos de sus mejores películas: Beginners (2010) y 20th Century Women (2016)-, escapa de la típica fórmula en que la superación y la resiliencia se imponen para armonizar un final feliz. Mills construye un camino empedrado que le servirá a la pareja protagonista para enfrentarse a sus fantasmas y sus perspectivas de vida.
Por un lado, Johnny debe aceptar que la vida laboral nómade que lleva solo maquilla un fracaso matrimonial lacerante, mientras que Jesse debe convivir con su hiperactividad, algunos disturbios mentales y la opción de heredar la delicada condición de su padre. Es decir, Mills edifica su película sobre peldaños emocionales que en cualquier momento podrían moverse y desmoronar cada progreso vivencial. Las fragilidades psicológicas de Johnny y de Jesse se combinan para establecer un vínculo que les permita entender el mundo como un lugar árido de empatía.
Dos de las escenas que mejor interpretan las soledades del tío y el sobrino son aquellas en que ambos recorren una playa de California y un parque en Nueva York con los audífonos puestos mientras un micrófono capta todos los sonidos ambientales. El descubrimiento del entorno sonoro acerca al espectador hacia un mundo vedado para aquellos que viven rápido y no reparan en los detalles de la cotidianeidad, algo que Mills emplea como una especie de refugio para sus solitarios personajes.
Esta capacidad de escuchar más allá de lo evidente, a través de un dispositivo electrónico, es comparable a lo que el director plantea cuando Johnny conversa con sus jóvenes entrevistados. La labor de la prensa, parece postular Mills, debería centrarse en escuchar un poco más a las personas y no hacer del reportero el centro de los hechos -algo tan común para la actual civilización del espectáculo-.
El registro que realiza el periodista -y que Mills obtiene a partir de testimonios verídicos, exclusivos y aleatorios que transitan por estratos socioeconómicos diferentes- sirve también como indagación en el oficio mediático que cada vez está más cercano al egocentrismo pueril suplantando el objetivo de poner atención a la voz del semejante.
Respecto a la actuación de Phoenix, no llama la atención su mimetizada naturalidad de lobo estepario. La misma que muestra en Her (2013), Inherent Vice (2014) o Joker (2019). Es probable que Phoenix sea el actor de su generación que mejor exprese el hastío y la ternura como estado de ánimo y sentimiento complementarios, respectivamente. Por otro lado, el trabajo de Norman es tan bueno que por ratos no sabemos si su desempeño corresponde al de un niño caprichoso al que todos reprenderíamos o al que deberíamos darle toda la atención posible. Una performance casi documental la del niño.
C’mon C’mon: siempre adelante es una película que obliga a escuchar al hombre contemporáneo desde su soledad y los espacios públicos que habita, tan amplios que la figura humana y sus pensamientos se pierden como diminutas piezas en medio de un mastodóntico engranaje. Los lugares que recorren los protagonistas están repletos de gente convertida, metafóricamente, en equinos que, a todo galope, van dando zancadas por el rumbo que sus anteojeras les permite ver. C’mon C’mon: siempre adelante también es una crítica melancólico al individualismo, una excusa que no pierde la esperanza para reconectar(nos).