No mires arriba
Si tuviera que hacer un paralelismo que ayude a entender la experiencia que viví tras ver No mires arriba podría decir que es lo más parecido a una accidentada carrera de caballos. Un equino arranca a todo galope y por falta de preparación, reflejada en el descenso de su intensidad, se le acaba la energía a mitad de recorrido, dejando una impresión que no se aproxima a la amargura ni la completa decepción, sino que causa desilusión porque se desperdicia una buena oportunidad de ganar. En el caso del filme, una buena premisa para narrar. Aún con el cambio de ritmo hacia abajo, la película más polémica de la temporada genera una experiencia simpática que en el futuro solo será recordada como una anécdota. Así de etérea y fugaz se siente No mires arriba.
Su director, Adam McKay, se ha caracterizado, especialmente en los últimos tiempos, por examinar los vericuetos políticos y económicos de la sociedad estadounidense, a través de la comedia dramática agregando algunas cuotas de sátira. Los efectos de la burbuja inmobiliaria entre 2007 y 2009 fueron mostrados con ironía en La gran apuesta (2015), mientras que en Vice (2018) se puedo apreciar un libre biopic sobre el exvicepresidente de los Estados Unidos, Dick Cheney. Ambas películas tuvieron múltiples nominaciones a todos los premios de sus correspondientes temporadas.
No mires arriba, a diferencia de las películas anteriores de McKay -no confundir con la primera etapa más valorable del director-, traspasa el contexto real e inmediato. Enfoca su argumento en una catástrofe global: la desaparición de la Tierra en seis meses a causa del impacto de un meteorito descubierto por dos científicos ninguneados, Randal Mindy (Leonardo Di Caprio) y Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence). La inacción de los gobiernos y la ciudadanía ante el cambio climático, la dependencia del ser humano por las redes sociales, los intereses políticos ocultos y la prevalencia de la hegemonía global, la sociedad del espectáculo con sus extensiones mediáticas, la soledad del individuo moderno, entre otros temas, están detrás de la cortina que McKay corre utilizando, algunas veces, disparatadas y graciosas situaciones; mientras que en otras fuerza su intención hasta reducirla a circunstancias previsibles y bobas.
Muchos se han enfadado con McKay y con No mires arriba. Los examinan a través del espejo de los hermanos Farrelly. Otros comparan su carga humorística con esa joya mordaz de Barry Levinson que es Wag the Dog (1997). No gastemos energías. Esas equivalencias odiosas no tienen asidero. Desde Tiempos modernos (1940) del gran Chaplin, hasta los más recientes falsos documentales protagonizados por Sacha Baron Cohen en la piel de su emblemático Borat, pasando por el Dr. Insólito o…(1964) del titán Kubrick, incluso Tropic Thunder (Ben Stiller, 2008), se ha pretendido incomodar a quienes concentran el poder con un discurso y una narrativa audaz, siempre arriesgada.
No mires arriba va en otro sentido: su liviandad la hace tan superficial como accesible, sin que por ello dejemos de reír en algunos de sus absurdos pasajes. El encendido debate no está en la dimensión de su propia trascendencia. La película de McKay está bien y punto. No da para un cuestionamiento mayúsculo, ni un cambio de mentalidad en el espectador, ni la ruptura del modus vivendi cotidiano, ni para creer que el emprendedor Elon Musk es el nuevo Anticristo. Es un reflejo jocoso de nuestro tiempo y de nuestra manera de consumir contenidos, no solo audiovisuales, sino también informativos. Por otras películas, menos logradas, que contaban con repartos estelares nadie se había rasgado tanto las vestiduras ni se había elevado la voz a niveles sorprendentes como se ha hecho con el producto de Netflix. ¿Les suena Be Cool (2015)?
No mires arriba es una propuesta que se ríe de sí misma (también de nosotros), que, contra los argumentos de sus más acérrimos detractores, se mueve por las coordenadas de una comedia ligera, sin pretensión, sin moralina, sin mordacidad visceral. Es una pieza de entretenimiento con aciertos y errores. Una especie de parque de diversiones donde se puede encontrar atractivas figuras descollantes que viven del prestigio que les ha otorgado su trayectoria y que nadie podría dudar de sus capacidades interpretativas (caso Di Caprio, Lawrence, Meryl Streep, Mark Rylance, Cate Blanchett), pero que, a excepción de Jonah Hill, se les siente lejos de sus mejores registros.
Se avecina la temporada de premios y podría darse el caso que No mires arriba rescate, contra todo pronóstico, algunas nominaciones. La industria en torno a Hollywood es bastante extraña y la película de McKay se acomoda a los gustos de la Academia. Por lo pronto, no sigamos crispando los ánimos y demos vuelta a la página. Mejor miremos hacia otro lado.
* No mires arriba se puede ver en Netflix.