Respect
La fórmula. La linealidad. La falta de riesgo y de matices. Lo convencional. Tantas películas basadas en la vida de íconos de la música que han dado poco fuego por estos motivos.
¿Acaso aquel artefacto sin alma, parido el año pasado bajo el nombre de Stardust, le hizo justicia a David Bowie, el rockstar más vanguardista de la industria musical? ¿O Bohemian Rhapsody hiló fino al retratar la excéntrica personalidad de Freddy Mercury sin que pareciera un fantoche sobreactuado (y oscarizado)? ¿Fue el olvidable biopic interpretado por Zoe Saldaña una manera fiel de construir la compleja figura de Nina Simone?
En ninguno de los tres casos se alcanzó una cuota de verosimilitud que acerque al espectador hacia las vidas gravitantes y extremas que tuvieron aquellas presencias totémicas. No se cuestiona que la vida de un personaje basado en la realidad deba contarse en función a la reconstrucción de sus pasajes más relevantes y un profundo trabajo de investigación, pero si caemos en la típica estructura ascenso-caída-recuperación, final feliz incluido, al menos que sea con honestidad a través de diversos espectros donde la reflexión no desemboque en la pereza de la edificación bondadosa, o peor, piadosa.
Respect es un tramposo biopic de Liesl Tommy sobre Aretha Franklin, la figura más popular e influyente del soul, alguien tan provocadora y enigmática como Bowie, Mercury y Simone. Un personaje cargado de posibilidades argumentativas -interpretado por Jennifer Hudson- que no merece la simplicidad y la llanura que le ha prodigado Tommy.
Bajo una bella capa de esteticismo fotográfico que también puede interpretarse como la falsa cáscara de un producto vacío, la directora sudafricana olvida que la complacencia es un enemigo que se debe apartar cuando se trata de grandes figuras populares. Quedar bien con todos -especialmente con los descendientes de Franklin- también es una forma de traición creativa que recibe, ineludiblemente, la invitación para pasar entre aplausos por las puertas de esa catedral llamada Hollywood.
Respect tiene como punto de despegue la infancia de la pequeña Aretha. Un tiempo en que su padre, el reverendo Clarence (Forest Whitaker), congregaba en su casa a las personalidades políticas y musicales más importantes de la comunidad afroamericana. La voz prodigiosa de la niña es el centro de atención de todas las miradas y de las futuras ojerizas. Se entiende que la directora desea transmitir el contexto influyente que cerca a la familia Franklin y no lo hace mal. Además, Tommy utiliza el arco temporal de los primeros 12 años de la cantante para explicar el origen del dominio paternal, la ausencia materna y los roces familiares que van formando la conducta tímida y vulnerable de Aretha.
El problema está en que buena parte de las circunstancias planteadas tienen poca consistencia y van tras el derrotero de un manual de escenas dramáticamente fariseas. Tommy no separa el carácter telenovelesco del cinematográfico y cae en ejecuciones forzadas que enfrentan a padre e hija. A lo largo de toda la película veremos el mismo modus operandi: Aretha versus sus parejas, Aretha confrontando a sus managers, Aretha frente a sus hermanas, Aretha peleando contra la fama. ¿Se puede ser tan poco sutil y predecible? Sin conocer la vida real de Aretha Franklin, un neófito de su obra podría hacer una trivia para adivinar lo que va a ocurrir en cada escena y acertaría.
¿Todo debe ceñirse a la vida del personaje real? Sí, pero hay maneras de narrar. No se puede ser tan didáctico. Tampoco se exige que la mirada de la directora se desvíe hacia el rumbo de la invención. Pudo elegir el lado de una licencia introspectiva que atrape mejor los demonios de la protagonista. Franklin tenía dimensiones confusas en su cabeza y en su corazón, que desde otra percepción serían reflejadas con mayor efectividad.
Por ejemplo, retratarla sin riesgos y con facilismos como una mujer carente de afecto que a la primera llamada telefónica se refugia en los brazos, y la cama, de cualquier hombre no le hace justicia a ningún personaje. En ese caso, nada puede ser tan mecánico como la mirada de Tommy, así el origen del personaje esté reflejado en una historia real o haya nacido en la cabeza del guionista más inexperto.
Lo mejor de Respect son las actuaciones. Hudson y Whitaker son las quillas de un barco que sin ellos naufragaría en su refinada identidad visual. Hudson canta y domina casi todas las escenas en la que aparece: un portento vocal que avala los galones obtenidos en los realities musicales estadounidenses. Whitaker, siempre correcto, demuestra que la facultad corpórea es una de sus mejores cualidades.
Respect no asume la opción de fatalidad que envuelve a su protagonista y ello la hace rutinaria, puro trámite. Aretha Franklin murió hace tres años y eligió a Hudson como la actriz adecuada para hacer una película que narre su vida. Hudson no la hubiese defraudado. Respect, sí.