Chernóbil: Abyss
I
Si hay algo que distingue a Voces de Chernóbil, el celebrado libro de Svetlana Alexievich, es la facultad para mostrar y asociar diálogos o testimonios en aras de narrar historias protagonizadas por ciudadanos comunes que no solo encarnan el calvario que vivieron tras la explosión del reactor 4 de la central nuclear soviética, y cómo ese momento les cambió la vida, sino que la naturaleza de los hechos que detalla desgarran con fiereza, atraviesan el alma con dolor, pero sin espectacularidad. Es decir, la periodista bielorrusa respeta la Historia… respeta la memoria individual y, evidentemente, la colectiva. Cierto, el texto de Alexievich es una construcción de no ficción, sin embargo, el sentido de la heroicidad está enfocado desde un ángulo honesto.
II
Chernóbil, la miniserie de HBO, creada y guionizada por Craig Mazin, y dirigida por Johan Renck, es un producto tan poderoso a nivel visual y argumentativo porque, entre muchas razones, nos acerca a un estado de incertidumbre donde el terror está instalado en todas partes y durante todo el tiempo. Terror en un sentido de zozobra existencial, aquel que impide mirar al futuro porque nada volverá a ser igual o porque la marginación social es peor, por ejemplo, que la percepción general al haber cometido un delito, y porque ese maldito momento, único e irrepetible, también sirve para evidenciar los mecanismos miserables de un sistema de poder tan avaro como desequilibrado. La miniserie asume riesgos. Pone el pecho y extiende su sentido de responsabilidad hacia un escenario donde podría ser el centro de la diana, repito, podría, pero nadie llegará a vapulear por lo buena que es.
III
Mikhail Belikov fue un director soviético que hizo muy pocas películas. En 1990 filmó Raspad, un drama de tanta rabia como crudeza que lo acerca a la estética y el dramatismo que impone la fase antibélica de Andrzej Wajda. La mirada de Belikov sobre la desgracia en Chernóbil se hace patente porque a pesar de la cercanía temporal, 1986, con el hecho real, no se deja llevar por el impacto inmediato de las laceraciones personales ni por la opresión de las versiones oficiales. El caso de Raspad es único porque si bien medita en torno a los sentimientos de sus protagonistas con un realismo sobrecogedor, también enrostra con fiereza una postura política que expone a la burocracia soviética desnudándola por su lado más impío y mecánico.
IV
El periodista español Jon Sistiaga separa las aguas de la opinión pública y casi siempre sale inmune. Ha estado envuelto en varias polémicas por los procedimientos que utiliza para obtener información y la manera en que enfoca sus reportajes. Por otro lado, sendos reconocimientos han respaldado sus trabajos de investigación, incluido un Premio Ortega y Gasset. En el 2012, viajó a Ucrania para internarse en la planta nuclear y conocer el estado actual del reactor 4, previa visita a Pripyat, la vecina ciudad fantasma ubicada en la Zona de exclusión. Sistiaga experimenta con los niveles de radiación e interactúa estrechamente con las personas que todavía viven en el territorio contaminado. ¿Se le puede criticar al español por esas acciones temerarias? Quizá. No obstante, uno de los valores del reportaje recae en la capacidad de cuestionamiento que achaca a las autoridades ucranianas al aprovecharse de la tragedia pasada para convertirla en una atracción turística del presente. Sistiaga cumple con su trabajo: jode sin maquillaje y no le importa importunar.
V
Life is Golden es el séptimo track de The Blue Hour, último álbum de Suede, la banda británica liderada por Brett Anderson que en los noventas llamó la atención por su imagen andrógina y sus letras asociadas a sexo, drogas y descontento generacional. La canción fue lanzada como single y acompañada de un videoclip grabado en Pripyat. La pieza está narrada a partir de una gran cantidad de tomas aéreas donde destacan los planos cenitales y recorridos por lugares icónicos de la ciudad deshabitada. La letra, compuesta por el mismo Anderson, habla de soledad y esperanza. En un sentido metafórico, el vacío de Pripyat es comparable a la desértica existencia de alguien que se bate entre la melancolía y la añoranza. Con una estructura sencilla, en términos líricos, Suede transmite y emociona, revuelve los recuerdos a través de imágenes poderosas.
Epílogo
Las miradas parciales. Las construcciones que buscan la defensa del sinsentido. El traje mal confeccionado que se descose ante el intento de acercarse a la realidad. Podrían ser muchas las frases para catalogar a Chernóbil: Abyss, última versión fílmica de origen ruso sobre la desgracia nuclear acaecida a mediados de los ochenta en la desmembrada Unión Soviética. Dirigida y protagonizada por Danila Kozlovski, Chernóbil: Abyss aborda la catástrofe desde una perspectiva inocua. Temerosa de incomodar, cae en profundos vacíos de credibilidad dramática y argumentativa que, sinceramente, llegan a exasperar.
Y es que la historia de Alexey -un hombre irresponsable en su vida privada y ejemplar en su labor como bombero- está mal sembrada sobre las posibilidades que ofrece el fértil, y difícil, suelo de la heroicidad. A ello hay que sumar el romance que tiene con Olga (la siempre correcta Oksana Akinshina), una subtrama que se desbarranca por las faldas de los lugares comunes. Ni qué decir de las melosas secuencias de culpabilidad paterna que experimenta el protagonista.
Al margen de estos forados cinematográficos, las representaciones de personajes estereotipados y la pobre visión de la resiliencia que ofrece el director, estamos frente a una película que no reflexiona sobre las posibilidades que ofrece la Historia y la opción de una mirada distinta -algo similar al Pearl Harbor de Michael Bay-, aunque parezca que dichas características sólo pertenecen a la rama del documental.
Kozlovski se ampara en el carácter elemental que otorga la inmediatez para satisfacer a una audiencia de pop corn y gaseosa, y, muy probablemente, a un oficialismo político que recuerda, 35 años después, con alejada resignación y ninguna culpabilidad. Chernóbil: Abyss no respeta, no aterroriza, no enfurece, no arriesga, y, sobre todo, no emociona.