Distancia de rescate
La mayoría de propuestas cinematográficas gestan el terror experimentado por sus protagonistas desde situaciones externas que transforman sus equilibradas psicologías en frágiles inseguridades. Es decir, lo que afecta desde afuera, lo desconocido, lo oculto, lo que aterra, suele ser el mayor enemigo en una circunstancia límite. Pero, ¿qué pasa cuando los miedos circulan constantemente en el pensamiento de los personajes y asaltan sus cotidianidades sin motivos aparentes? Una mente prisionera de sus temores es más peligrosa que cualquier casa embrujada, maldición ancestral o alma errante. Una mente perturbada y dubitativa no encuentra fácilmente un antídoto que la haga recuperarse, al menos, totalmente. Casi siempre queda dañada. Es prisionera de sus decisiones.
Y reflexionar sobre perder a un hijo, ¿acaso no es un pensamiento terrible, horroroso?
Esta es una de las múltiples lecturas que encierra Distancia de rescate, la nueva película de la realizadora peruana Claudia Llosa, trabajo que desarrolla una historia de demonios interiores que va marcada por la relación de dos madres con sus respectivos hijos.
Amanda (María Valverde) calcula todo el tiempo las opciones que tiene para salvar a su hija, Nina, de cualquier peligro: caer a una piscina, perderse en un bosque, quedarse encerrada en una casa. El repetitivo cálculo de la mujer responde a una expresión intuitiva y relativamente distorsionada de la maternidad. La alerta de Amanda se enciende hasta cuando las escenas respiran una falsa tranquilidad. Sin embargo, los momentos de paranoia tendrán una justificación que puede empezar por la irresponsabilidad humana o terminar en un acto sobrenatural.
Por otro lado, Carola (Dolores Fonzi), vive alterada por el comportamiento de su hijo, David, un adolescente que pasó de niño mimado a ser huraño y peligroso. Ambas madres transitan por mundos geográficamente agrestes y emocionalmente a la deriva. Amanda está a la espera de que su esposo llegue a la nueva casa que han alquilado en el campo y Carola vive con un marido que centra el tiempo en los caballos que cría.
A primera vista, puede parecer que lo melodramático se va instalando con fuerza en la película de Llosa, pero solo es el telón de fondo de un ejercicio magnético donde su ritmo envolvente nos traslada hacia una trama de fondo escalofriante.
Lamentablemente, algunos pasajes son narrados por saltos temporales que están hilados de forma incongruente. La experimentación de Llosa, y su desconocimiento de las claves del género, hacen que Distancia de rescate se estanque y caiga en un espiral de confusiones: una especie de matroshka desencajada.
Distancia de rescate también es la historia de dos mujeres solitarias que se aferran, en distintos tiempos, al sentido de la maternidad y que están conectadas por un vínculo de dependencia y toxicidad. Basada en la novela corta homónima escrita por la argentina Samanta Schweblin -coguionista junto a Llosa- la película tiene un planteamiento poderoso que conforme avanzan los minutos gana en intensidad, pero pierde en orden. Quizá el acercamiento fiel hacia la obra literaria ha condicionado la libertad creativa de la cineasta. Distancia de rescate pelea consigo misma para salir a flote en cada escena y casi siempre lo logra, aunque hubiese sido mejor que su rumbo se mantuviera sostenido y, al final, contundente.
La última película de la realizadora que ganó el Oso de Oro en la Berlinale del 2009 recurre a diversas capas, plagadas de metáforas, detalles y sutilezas, para contar una historia de terror psicológico donde los roles femeninos están bien interpretados, pero que tambalea por la pretensión de su forma.