LXI
Cuatro amigos se reúnen después de 15 años en el funeral de un compañero que murió trágicamente. La última vez que estuvieron juntos fue en el colegio y no guardan muy buenos recuerdos de eventos que en cualquier otro contexto podrían ser motivo de entusiasmo y nostalgia, entre ellos la fiesta de promoción.
Tras el sepelio, Dani (Rodrigo Palacios) invita a Humberto (Javier Saavedra), Cristián (Sebastián Rubio) y Gabriela (Cynthia Moreno) a su casa para tomar unas cervezas, pero el resultado de la cita no será distendido, mucho menos divertido. Los malos recuerdos, que parecían haber sido borrados por el tiempo, salen a flote, cual fantasmas que acaban de encontrar una oportunidad para herir, dejándolos sumergidos en una ola de reflexiones que van desde el fracaso matrimonial hasta la realización profesional, pasando por la aceptación de la identidad sexual, el rol materno en una sociedad machista y la polarización ideológica en cuestiones políticas.
Rodrigo Moreno del Valle estrena su segundo largometraje y si bien los argumentos entre Wik, su ópera prima, y LXI son muy distintos, hay un punto que las interrelacionan: sus personajes no tienen un rumbo definido, intentan buscar esa trascendencia que los haga salir del vacío emocional que los gobierna. El director peruano escarba en la psicología de los cuatro amigos desde la perspectiva de lo conseguido ad portas de la edad madura, aquella en la que “debemos ser responsables y sentar cabeza”. Sin embargo, Moreno del Valle no vuelca su planteamiento hacia la pontificación de los modelos a seguir, sino que ahonda, precisamente, en los marcados convencionalismos que dicta una sociedad enferma que preconcibe los conceptos de éxito y estatus.
Humberto es el elemento que mejor calza con esa idea. Su tipo de vida, más espiritual y lleno de interrogantes, hace que la muerte de Bernal lo golpee emocionalmente y ponga sobre la mesa diversas consideraciones de la cuestión humana. Este hombre de mediana edad es todo lo contrario a Dani, un padrillo inflado de testosterona que solo ha seguido las formas y costumbres familiares a fin de no comprometer su estilo de vida. Cristián y Gabriela son los complementos precisos y motores de malas experiencias pasadas que no han sido superadas. Es decir, Moreno del Valle, en una especie de rompecabezas muy bien diseñado, establece fuertes conexiones argumentativas para encajar a sus personajes sin que alguno sobrepase a los demás en la cantidad de conflictos o la intensidad de los mismos.
Contada en muchos pasajes desde una narrativa de acciones paralelas, LXI encierra un ambiente tenso e incómodo donde sus protagonistas todavía develan un espíritu juvenil de confusión, aunque triste. Dentro de todos los malos recuerdos, con las causas y los efectos imperecederos que arrastran las experiencias escolares, hay algo que sigue uniéndolos: el sentido de la fraternidad. LXI es una historia acerca de la amistad, aquella que se transforma, pero que guarda cimientos fuertes y agrietados a la vez. LXI duele por la ruptura de la mirada idílica hacia atrás, por el sin retorno a la etapa en que, aparentemente, se podía vivir sin sobresaltos.
LXI es un paso adelante en la carrera cinematográfica de Moreno del Valle. Un peldaño arriba que se distingue por su sensibilidad narrativa en clave fría -los recorridos nocturnos que hace Humberto en bicicleta y el mar, como acompañante perenne, le dan un fondo gris de atribulada libertad-. Además, el cineasta hace todo lo posible por sacudirse de las imposturas y alcanza una representación honesta de los sentimientos humanos. Ojalá que no tengan que pasar cinco años más para ver su siguiente trabajo.