The Father
Anthony (Anthony Hopkins) es un octogenario con problemas mentales, específicamente cambios repentinos de humor y pérdida de la memoria, que se resiste a los cuidados que le ofrece su hija, Anne (Olivia Colman). La relación entre ambos está marcada por las ausencias de otros integrantes de la familia y los planes a futuro de Anne, quien desea rehacer su vida en otro país. Anthony vive confundido por los fantasmas de su difuso pasado, las obsesiones por algunas de sus pertenencias más preciadas y las soledades que se esconden en las estancias del amplio departamento que habita.
The Father es una película que plantea lo complicado y doloroso que puede ser el tránsito por la vejez cuando la degradación de las capacidades mentales se agudizan en una especie de espiral en caída libre. A la vez, simplificar el sentido de la ópera prima de Florian Zeller a esa premisa sería reduccionista, mezquino y superficial.
Y es que The Father no solo se concentra en narrar la historia de un anciano que padece de demencia senil. La película, basada en la obra de teatro francesa que lleva el mismo nombre y que también fue dirigida por Zeller, es un retrato duro de lo que implica atravesar una etapa de la vida sin tener el control o conciencia sobre la misma. Una especie de juego de luces y sombras mentales que ilumina más de la cuenta o enceguece cuando menos se espera.
La construcción de un personaje fronterizo, como el que encarna Hopkins, requiere de un despliegue interpretativo exigente y avasallador, condición que el actor prodiga con naturalidad. A su lado, Colman cumple una función complementaria, sin que ello signifique un rol subordinado. En esta película, los dos artistas ingleses refrendan, una vez más, los puntos más altos de sus amplias y premiadas carreras.
Lo de Hopkins es impresionante cuando hace uso del recurso hablado y también cuando observa y dirige sus acciones entre los tensos silencios. La manera de interiorizar su personaje hace que el espectador pueda empatizar y sentir compasión por él, por un lado. Sin embargo, Hopkins también sabe cómo exasperar a partir de momentos incómodos, como cuando Anthony suelta improperios y ridiculiza a quienes lo rodean.
Otro aspecto que cimenta la solidez narrativa de The Father es el propio ejercicio de complejidad que la sustenta. Contada desde la perspectiva de Anthony, todo el tiempo la película se mueve por los terrenos confusos de la pérdida de la memoria y los traumas familiares. Ello hace que los acontecimientos no sean lo que parecen ser. Cuando pensamos que la trama va por una dirección termina bifurcándose por otros senderos, tan fascinantes y bien ejecutados que marcan distancia de cualquier ensayo que simule algún tipo de vuelta de tuerca pretenciosa.
Zeller maneja el quiebre de los tiempos a través de la transfiguración de los personajes secundarios -los “yernos”, la cuidadora, la enfermera- y el fetichismo de algunos objetos -reloj, radio, pijamas-. Ello lleva a reparar en detalles que, en primera instancia, pasan desapercibidos o solo podrían explicar las obsesiones del protagonista. Por ello, el andamiaje de The Father es tan prolijo como las caracterizaciones que la sostienen.
The Father se siente como la tragedia de ser y no estar. El drama de vivir pensando que todo cambia alrededor, pero que no se sabe porqué ocurre. La sensibilidad de esta obra arrasa y golpea a la vez. La película de Florian Zeller es una de las mejores de la temporada y, sin duda, de las que merecen más de un premio Oscar.