XI Festival Al Este - Solo nos queda bailar
Merab es un muchacho que empieza a experimentar su despertar homosexual en medio de una sociedad inflexible que condena, a través de la invisibilidad y la marginación, a quien pretenda zarandear el orden establecido por la iglesia católica ortodoxa de Georgia y sus acólitos ultraconservadores, sector avalado por el desdén de las autoridades políticas y los parámetros de algunas tradiciones medievales.
El joven vive en condiciones de pobreza e integra un hogar disfuncional que ayuda a sostener con el empleo de camarero que desempeña en un restaurante para turistas. Merab anhela convertirse en danzante de la principal escuela de baile de Georgia. De inquebrantable temple, el protagonista de Solo nos queda bailar competirá contra otros compañeros que tienen algo que los ayuda a ser aceptados socialmente: la indudable hombría que distingue al típico macho georgiano. Merab, enclenque y de rasgos andróginos, no se dejará doblegar por los prejuicios y confrontará, agazapado, al principio, el mantra de que “no existe la homosexualidad en la danza georgiana”.
Levin Akin es un director sueco de padres migrantes nacidos en Georgia que ha hecho de Solo nos queda bailar (película sueca precandidata a los premios Oscar 2020) un canto a la libertad y a la tolerancia, sin importarle que su película ponga el dedo en la llaga sobre uno de los baluartes nacionales de un país que hacia fuera proyecta una imagen de modernidad, cuando, en realidad, se mira en un espejo cuadriculado e intransigente.
Lo que en inicio podemos interpretar como un drama de jóvenes desconcertados por la brecha económica que los separa y la falta de oportunidades laborales, termina transformándose en la exploración de nuevas experiencias emocionales y sexuales donde la amistad puede ser dolorosa, acaso un sello de fidelidad que muta hasta rozar con la traición.
Para entender mejor porqué el director decide poner en el centro de la trama una historia que tiene como motores al arte y a la identidad sexual es necesario remarcar que la danza tradicional es una representación que llena de orgullo a los habitantes de Georgia, un país enclavado entre Europa y Asia, ex integrante de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Este tipo de baile va más allá de la fama cosechada en los escenarios más prestigiosos del Viejo Continente. Cuando la practican los hombres, simboliza la virilidad incontestable que solo los más recios y tenaces varones son capaces de dominar. Las damas, altivas y elegantes, rebozan una especie de fría seducción que envuelve con miradas y sonrisas a los machos que las cortejan. De esta manera, Akin contrapone un factor de masculinidad exacerbada, el orgullo del danzante, y un aspecto tabú que puede despertar la violencia en los más pacatos, la homosexualidad.
El reparto de este film cuenta con un puñado de jóvenes que ejecutan sus roles de forma solvente, sin que se desborden sobre los dramas que interpretan. Cada quien funciona como una pieza que encaja a la medida en el carrusel de tiempos cargados por estados de euforia, amargura y desamor. El amante despreocupado, la amiga incondicional y el hermano arrogante son satélites que modifican la conducta de Merab revelando su personalidad al límite.
Con una exhibición de coreografías muy bien ejecutadas, cuidadosos desplazamientos de las cámaras, diálogos convincentes que evocan una vaga tristeza y el aura de la dulce rebeldía que sus jóvenes protagonistas destilan, Solo nos queda bailar se levanta como una bella pieza que escapa al ornamento y apunta, de manera sagaz, hacia la necedad de la intolerancia.
· Solo nos queda bailar puede verse en el marco del XI Festival de Cine de Europa Central y Oriental – Festival Al Este.