Polar
Abuso. Exceso. Desborde. Cualquiera de estos calificativos, que en otro contexto serían bienvenidos, enfatizan el principal y más notorio problema de Polar, la película que Netflix encargó a Jonas Åkerlund y donde Mads Mikkelsen más parece un invitado de otra fiesta que el eje articulador de una trama potente que conforme pasan los minutos se convierte en una pieza risible y hostigante.
Basada en la novela gráfica homónima de Víctor Santos, Polar cae en los mismos problemas que la última entrega de Hellboy y hasta Spawn (aquel adefesio noventero que solo servía para distinguir, especialmente, sus defectos en realización y postproducción): mostrar más, no siempre significa quedar mejor. Polar, al igual que las dos películas cuestionadas, parte de la estética del cómic, pero con reiterativos y salvajes toques kitsch que transfiguran a sus personajes convirtiéndolos en meras figuras de exhibición sin alma ni razonamientos.
Desde la premisa, el principal móvil de la trama se identifica en la venganza motivada por la traición. Sin embargo, los deseos de revancha de Vizla se topan con una banda de asesinos que más parecen salidos de una serie adolescente banal que de una película de acción con aires a policial sofisticado. Mr. Blut (Matt Lucas), el jefe de la organización delictiva y empleador de la banda de sicarios caricaturescos que intentará sacar de carrera a Vizla, debe ser uno de los villanos más disforzados y ridículos inspirado en cómics. Todo es burdo y desmedido en Mr. Blut: sus sentimientos, sus acciones, sus pensamientos. Si Åkerlund pensó que dotando de miserabilismo la conducta de su villano podría hacerle contrapeso al Kaiser Negro, bueno, debemos decir que se equivocó por completo.
En tiempos recientes donde el cine y la vendetta como tópico han vuelto a confluir de forma armoniosa, podría decirse que Mikkelsen sigue la senda de Keanu Reeves o Denzel Washington: llevarse todo por delante como un tren hasta consumar el objetivo. No obstante, el actor de Jagten, ni siquiera intenta imitar a sus colegas. Mikkelsen despliega un carácter profundamente meditabundo y fatalista. Quizás sea por eso que las secuencias que Vizla pasa en la estancia invernal son las mejores de toda la película, emboscada incluida. Polar, a diferencia de lo que hemos escuchado que se dice por ahí, no es una mala copia de las sagas John Wick o El justiciero (aunque lo parezca por instantes), pero sí tiene una estrecha hermandad en el goce con la brutalidad -con la violencia regocijante- con la serie The Punisher. El velo exploitation de clase baja de Netflix se siente desde la primera escena y capítulo, respectivamente.
Polar es bipolar. Por un lado, poco a poco, va destruyendo las grandes posibilidades de su historia por el efectismo que su director le recarga y, por otro, contiene a un asesino solitario de antología que se mueve mejor cuando planea que cuando ejecuta. Mads Mikkelsen no merecía un bodrio como este. Nosotros tampoco.