Guasón
Guasón (Todd Phillips, 2019) será la película más popular y comentada del año. Los motivos se discuten en decenas de páginas web y rankings necesitados de visitas y publicidad, como quien intenta buscar oro en un amplio pantano. La gran actuación de Joaquin Phoenix, la belleza fotográfica y la potente sonorización son algunas de las razones más comunes que se esgrimen y en los tres casos no hay nada que objetar. Nada más que destacar.
En la práctica, Guasón es una película para adultos que, precisamente, juega a eso: satisfacer a un público que busca la contraparte a la mayoría de mamotretos adolescentes fabricados por Marvel. Sin embargo, la gravedad que le dan los guionistas (el propio Phillips y Scott Silver) al simple hecho de intelectualizar algo que no necesita mayor esfuerzo mental, la convierten en un producto autorregulado y sin demasiada explosión, distinto a lo que se espera cuando se revisan los antecedentes del villano. Tampoco se trata de reclamar un baño de violencia desbordada o un culto al despropósito visceral, pero las comparaciones con los guasones pasados, y las historias que lo incluyen, son inevitables.
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Si Phillips deja de lado al mito es porque desea teñir de rasgos humanos a su personaje -esa manida y forzada estrategia de acoplar sentimientos a alguien cuando no cabe-, a costa de borrar su esencia y bajar el potencial de la trama. El sendero artístico que elige el director no solo debería justificarse en la explicación de la génesis y la evolución de un personaje enigmático y seductor. El entorno que distingue a una sociedad corrupta, llena de desigualdades, podría ser el verdadero disparador en la psicopatía del protagonista. Y Phillips hace poco para demostrar ese contexto. Algunas situaciones puntuales como protestas callejeras, muchachos intolerantes en el Metro o jovencitos malandrines adictos al bullying, no bastan. Por momentos, Guasón se siente desequilibrada y a la deriva, sobre todo entre la mitad y el final del metraje, develando el gran error de Phillips, el que disfraza las falencias de su película: poner todo el peso de su obra en la actuación de Phoenix.
Si bien cuesta ver a un Guasón desvalido y en horas bajas, el accionar de Phoenix es colosal. El diseño no verbal del lenguaje que aplica al villano es riguroso y perturbador. Phillips encaja a Phoenix en un molde edípico, autodestructivo y contracorriente, a pesar de las palizas. Valgan verdades, el desempeño del actor no sorprende. Paul Thomas Anderson, uno de los grandes directores de los últimos 20 años, declaró alguna vez que el trabajo de Phoenix es impredecible por los matices que prodiga a sus papeles, más de lo que podría esperar cualquier director. Y tengamos en cuenta que Anderson no regala elogios por cortesía. Este director ha trabajado dos veces con Phoenix. En The Master (2012) y Vicio propio (2015). Si muchos tienen los pelos de punta por su registro interpretativo en Guasón tendrían que verlo en la primera colaboración con Anderson. Sobre el trabajo de este polémico actor se hablará mucho hasta febrero, mes en que se entreguen los premios Oscar, evidentemente si alcanza una nominación. En caso de no quedar en la terna final se hablará mucho más. Lo más probable es que arrase con todos los premios que se le pongan por delante.
Guasón no es una mala película, tampoco llega a ser notable. Y mucho menos es una obra maestra. Es lamentable cómo la fiebre millennial transmite alterados efectos compulsivos. Algunos seudolíderes de las redes sociales, de estrecho margen cinéfilo, han comentado que no estaban preparados mentalmente para tanto. Que al final de la película necesitaban contacto e interacción humana, alguien con quien discutir o a quien abrazar. Pura palabrería marketera parida de la necesidad del Me gusta o los corazones digitales. Estas declaraciones crean tendencias que polarizan cuando un gran sector del público está bajo el efecto publicitario de DC Films y la potente maquinaria de distribución de Warner Bros. Guasón de Todd Phillips pasará a las páginas del cine por una excelente actuación central en medio del desmoronamiento y recomposición de una historia que nunca alcanza a consolidarse.