Atentado en Mumbai
En el 2008 un grupo de terroristas armados con granadas y fusiles AK47 atacó simultáneamente una estación de tren, dos hoteles de lujo, un conocido restaurante turístico, una dependencia policial y diez objetivos más ubicados en Mumbai, la ciudad portuaria y financiera más importante de la India. El saldo de víctimas mortales llegó a 166 (entre ellas 31 extranjeros) y se contaron más de 300 heridos. El hecho golpeó socialmente a un país que no solo debe lidiar con las amplias brechas económicas que lo caracterizan, sino que revivió una antigua y tormentosa relación con los fundamentalistas de origen pakistaní.
Por lo general, muchas de las desgracias originadas a causa de la insania del hombre -y hasta aquellas producidas por fenómenos naturales-, suelen promocionarse en el cine como sucesos de impacto que se acercan más a expresiones sensacionalistas que a la construcción de dramas convincentes repotenciados por secuencias de acción.
Películas como Múnich (Steven Spielberg, 2005), Paradise Now (Hany Abu-Assad, 2005) o United 93 (Paul Greengrass, 2006), solo por mencionar algunos títulos del nuevo milenio, abordan los atentados terroristas desde una mirada intimista que conforme van desarrollándose dan paso a un espiral de angustia, sopesado por personajes que reaccionan de diferentes maneras en búsqueda de un mismo objetivo: sobrevivir.
Insisto, la riqueza de estas películas radica en el abanico de reacciones que pueden ofrecer sus protagonistas en situaciones al límite y la manera en que éstos se relacionan con sus semejantes. Nada de estridencia, mucho menos uniformidad en la conducta de los afectados. Los matices, por más apremiante que sea el acontecimiento, definen la psicología de los personajes en momentos de alta peligrosidad. Un guion coherente y una buena dirección de actores podrían ser los primeros pasos para que una desgracia como la de Mumbai llegue al cine de manera seria sin regocijarse en consecuencias aparatosas. Felizmente, Atentado en Mumbai (2018) cumple con esos criterios.
De la mano del director australiano Anthony Maras, la película pone el foco de atención en las reacciones de los protagonistas ante verdaderos pasajes de terror que acechan disfrazados de justicia divina. La fragilidad de la felicidad y, por consiguiente, la destrucción de la vida se percibe como la ruina de los ideales más básicos a los que aspira el hombre. Una pareja (Armie Hammer, de Call me by your name; y Nazanin Boniadi, de Homeland) que hace todo lo posible por salvar a su bebé, un camarero diligente y solidario (Dev Patel, de Slumdog Millionaire) que sacrifica su vida por ayudar a una huésped herida y un reconocido chef (Anupam Kher) que guarece a muchos comensales en una habitación segura, no solo serán los protectores de decenas de vidas humanas, también fungirán de vigías de la tolerancia y el respeto. Y es que Atentado en Mumbai es una invitación a la igualdad bajo cualquier tipo de diferencia étnica, religiosa, económica, social o política.
La acción central de la película transcurre en el pomposo Taj Mahal Palace Hotel. Lo que al inicio es presentado como un centro de confort termina convirtiéndose en una jaula dorada de la que todos los huéspedes desean escapar. Cuatro terroristas rastrillan el recinto, nivel por nivel, habitación por habitación, buscando personas para eliminarlas a sangre fría. Es entonces que Atentado en Mumbai prodiga un escenario claustrofóbico que gana tanto en suspenso como en dramatismo, exponiendo múltiples historias que van uniéndose armoniosamente. Ni en los momentos más sentidos, Anthony Maras tuerce la honestidad de su relato, ni cede a las tentaciones del melodrama facilista. Y eso se agradece.
La película fue estrenada mundialmente el año pasado en el prestigioso Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF, por sus siglas en inglés) e hizo que la crítica y el público coincidan en que contiene una gran calidad cinematográfica y humanística. Atentado en Mumbai es de aquellas grandes películas que pasan por la cartelera y merecen quedarse varias semanas.