Avengers: Endgame
Avengers: Endgame, la última entrega de los hermanos Joe y Anthony Russo, no solo será recordada como la película que destrozó todas las estadísticas históricas al recaudar 1.2 mil millones de dólares en su primer fin de semana de exhibición mundial. Aunque no se crea, el mastodonte fílmico del Universo Cinematográfico de Marvel también podrá ser recordado por ser un buen trabajo.
Su antecesora, Infinity War, contra lo que puedan decir los fans -esa suerte de sectarios irracionales que no soporta cuestionamientos ni juicios contrarios, casi tanto como los de Star Wars- es una película de enredos argumentativos y de batallas pirotécnicas que conmueve poco o nada, así sus personajes pasen a mejor vida convertidos en ceniza en una insoportable y artificial tragedia. Infinity War, aquel pésimo remedo de gesta épica, no es ni la sombra de Endgame por muchas razones.
Endgame se divide en dos momentos muy bien conectados que funcionan como causa/consecuencia donde se articulan motivaciones, trascendencias y, sobre todo, emociones. Durante la primera hora podemos apreciar a una serie de personajes que perdieron las ganas por las que en algún momento decidieron ser superhéroes: seguir creyendo en la esperanza de un mundo mejor al que deben preservar. Ese acercamiento al pesimismo humano, primera instancia hacia la fatalidad, es precisamente lo que más ayuda a creer en las futuras decisiones que adoptan los personajes principales. Ver a Thor dedicado a la bebida con cuerpo de tonel, o a Tony Stark descreído ante las segundas oportunidades que otorga la vida, o al Capitán América atormentado por la responsabilidad de la supervivencia humana, admiten una construcción más profunda de su psicología. Sin una fuerte caída, la consolidación de la gesta no adquiere un significado heroico. Por ello, al enhebrarse las situaciones pesarosas e ir superponiendo las capas de camaradería la decisión de volver a ser un equipo salvador se arropa con franqueza. Esta primera parte, es la mejor de Endgame: melancolía pura y una magnitud sublime sobre la representación de la familia y la amistad.
La segunda parte, aquella en que se pasa de las decisiones a las acciones, ergo, a la lucha por vencer al apocalíptico Thanos, transita entre la aparición de las figuras “muertas” -momento planificado por los guionistas para descontrolar a los fans- y la pirotecnia de golpes, hechizos o destrozos, en un campo de guerra que sí tiene orden lógico en cuanto a las secuencias de acción, algo de lo que carecía Infinity War. Es decir, en Endgame podemos sentir una narración consecuente, sin presunción. El juego de los saltos al pasado y la alteración del tiempo -con innumerables referencias a películas similares, explícitamente a Volver al futuro- se cimenta en una sólida base donde los arcos temporales aparecen como pilares de verosimilitud. Esta consistencia es la que abre la puerta -literalmente- a los conflictos emocionales de los principales personajes-. Thor y la debilidad materna que lo devasta, Capitán América y su añorado amor de juventud, Stark y el agradecimiento tardío hacia su padre, etc., son inflexiones que impulsan la trama a través de un tren que conmociona.
En Endgame, los hermanos Russo recomponen algo que Infinity War arruinó. Thanos, un villano de enorme personalidad, no es totalizante en las tres horas y pico de duración… eso se agradece. Pocos son los personajes que no tienen espacio propio en la película. Valgan verdades no creo que haya superhéroe más parco que Pantera Negra; en cambio, la intervención de Ant Man es fundamental por su gracia y su rol de bisagra entre la vieja y nueva guardia de superhéroes.
Endgame pone fin a un ciclo de superhéroes que durante 10 años hizo del cine de entretenimiento una forma de entender el lenguaje audiovisual, sin que ello sea bueno o malo; simplemente es la huella de una generación ávida por historias entrelazadas en un tiempo prolongado que antepone el espectáculo a la profundidad y las emociones antes que el raciocinio. A pesar de su envoltura, Avengers: Endgame es un digno punto final que campea entre la nostalgia y la acción.