Amor de vinilo
Cuando Ethan Hawke interpretó a Chet Baker -el atormentado trompetista de jazz que susurraba al cantar- dio nuevas señales de lo buen actor que es y la versatilidad de registros que puede brindar. Un año antes de Born to be Blue (2015), Hawke había puesto punto final a su rol más popular en el cine como Jesse Wallace, protagonista de Antes del anochecer, el epílogo de la trilogía de Richard Linklater que se inició con Antes del amanecer (1995) y a la que siguió Antes del atardecer (2004).
Es decir, la etapa de galán despistado y verbo florido parecía haberse cerrado. Sin embargo, Amor de vinilo (2018) vuelve a mostrarnos a un actor que siempre se sentirá cómodo en las comedias románticas o dramas amorosos. Un actor que no necesita de personajes pretenciosos para brindar un desempeño efectivo y natural.
Amor de vinilo -un espantoso nombre puesto a la fuerza para su distribución en las salas de América Latina, cuando el título original es Juliet, Naked- narra la historia de una pareja que bordea los cuarenta años, unida por algunas preferencias comunes, pero con enfoques opuestos en aspectos referidos a la formación familiar y a las ambiciones profesionales. Sin embargo, lo que pone a prueba la tolerancia de Annie (Rose Byrne) y la sensatez de Duncan (Chris O´Dowd es el fanatismo que siente este último por una estrella de rock, Tucker Crowe (Ethan Hawke), músico que desapareció misteriosamente muchos años antes y que una ola de seguidores, comandada por Duncan, ha convertido en figura de culto. La obsesión de Duncan por Tucker roza lo ridículo y patético, algo que Annie intenta comprender, aunque conserve una actitud condescendiente hacia su novio. Todo se complicará cuando Tucker regrese del ostracismo y conozca a Annie.
La premisa de la película dirigida por Jesse Peretz puede sonar disparatada… y lo es. Por ello no deja de ser un vehículo argumental que atraviesa de forma efectiva por temas como las relaciones afectivas en etapa madura, el vacío emocional que produce en algunas mujeres la negación de la maternidad, las responsabilidades paternas en familias disfuncionales, la oportunidad que otorga Internet para conocer gente y la culpa que cae como una piedra muy pesada cuando asumimos la importancia del paso del tiempo.
El gran casting de Amor de vinilo hace que sus tres protagonistas eleven la propuesta del realizador estadounidense a niveles disfrutables sin caer en el edulcoramiento de las típicas comedias dramáticas de habla inglesa. Los temas que sirven de base para la película están muy bien canalizados y en sintonía con el desempeño de los tres actores centrales, potenciando el grado de verosimilitud en el que Hawke ejerce como punto de atracción. Byrne (La noche del demonio, 2010) y O´Dowd (Cloverfield Paradox, 2018) complementan notablemente la performance del actor de los Estados Unidos.
Peretz, cineasta con un pasado más fructífero en las series televisivas y los videoclips, adapta Juliet, Naked, la novela de Nick Hornby -el mismo autor de Alta fidelidad, también llevada a la pantalla grande- de forma más sintética y directa, pero sin sacrificar la intensidad de los pasajes claves de la trama, ni apresurarse al momento de resolver los conflictos que integran sus personajes , sobre todo los secundarios, importantísimos para tejer las subtramas del film.
Amor de vinilo es una coproducción gestada en Estados Unidos e Inglaterra que propone un humor fino e ingenioso en medio de un drama con buenas dosis de romance que no cae en naderías, ni absurdos. Advertencia: no está pensada para audiencias idealistas. Menos mal.