La esposa
Psicólogos y especialistas en terapias de pareja señalan que las relaciones afectivas en la tercera edad podrían guardar un halo de renacimiento para aquellos que buscan seguridad emocional o un distendido transcurrir durante la última parte de sus vidas. En los primeros minutos de La esposa todo parece ir de acuerdo con los manuales de psicoanálisis de los nuevos discípulos de Jung: una pareja de ancianos comparte, entusiasmada, una gran noticia al punto que los hace saltar en la cama como niños. Él, Joe Castleman (Jonathan Pryce), acaba de recibir una llamada telefónica donde le anuncian que es el nuevo ganador del Premio Nobel de Literatura. Ella, Joan Castleman (Glenn Close), su compañera de toda la vida celebra la distinción con alborozo. Sin embargo, algunas señales indican que no todo marcha tan bien como pensamos y que muchas veces los manuales de psicoterapia se equivocan más de lo habitual.
La esposa, película del director sueco Björn Runge, revela con gradual prudencia desencuentros del pasado protagonizados por Joe y Joan que no han llegado a cicatrizar y que se manifiestan por medio de resentimientos o reproches. El realizador dosifica las acciones agridulces desde una narración formal que se apoya en extensos flashbacks que ayudan a entender mejor la relación que han forjado los esposos tras cuatro décadas de unión. El ejercicio de Runge alcanza sus cuotas más apreciables cuando, en un gran duelo interpretativo, Pryce y Close se baten en función al sacrificio y el silencio que guardó el personaje femenino durante el tiempo en que Joe fue ganando prestigio como escritor. La traición planteada por el cineasta, resultado de infidelidades ocasiones o de evidentes postergaciones, se emparenta con ciertas reminiscencias trasladados a Ingmar Bergman; sobre todo, cuando desde el propio dolor se redescubren sentimientos como la ternura o la compasión.
Para potenciar la construcción de Joe y Joan, Runge recurre a dos conflictos de segunda línea que, lamentablemente, funcionan a medias. El primero consiste en la presión que ejerce Joe sobre su hijo, David (Max Irons) un escritor que vive a la sombra de su padre, al aceptar el poco talento del literato en ciernes. El segundo es la intromisión de un periodista, Nathaniel Bone (Christian Slater), que desea escribir la biografía del ganador del Nobel. En los dos casos se trata de subtramas que desperdician las potencialidades de los protagonistas. Un padre, duro y exigente que no conecta con su manera de entender el mundo a pesar de agitado entorno que lo encumbró, parece un personaje de cartón piedra al momento de interactuar con su hijo. Runge minimiza las posibilidades de esta relación y centra el foco en la anciana pareja cuando David también pudo ser un elemento bisagra entre sus padres y la consecuencia de sus actos. En cuanto al periodista, se pierde una interesante oportunidad para abordar la naturaleza de la Academia Sueca y el tipo de proximidad que mantiene con sus premiados, por más que los objetivos de Nathaniel, y Runge, estén centrados en investigar a Joe.
Si el trabajo de Pryce se caracteriza por un develamiento progresivo de situaciones erigidas en épocas anteriores que pueden ser sorpresivas, el desenvolvimiento de Close se orienta hacia una contención que no se sabe cuándo va a explotar, una mujer que estuvo y está al borde, bajo la máscara de la cordialidad. Close firma una soberbia actuación que aguanta sumisión, ternura y desencanto por más que la distinción ganada por el personaje de Pryce, en primera instancia, pueda parecer un triunfo colectivo. Las actitudes de Joan son las que apartan del melodrama a La esposa para constituirlo en un filme que por momentos se acerca a un thriller opresivo y tenso. Lo que al inicio Runge presenta como una estampa amorosa de la vejez, en realidad es un retrato desilusionado de dos seres que sobrevivieron a partir de la dependencia.