Psychokinesis
Yeon Sang-ho juega al hacedor de superhéroes, pero sin solemnidad ni mucha parafernalia como sí lo registra el último mastodonte del Universo Cinematográfico Marvel. El director surcoreano centra su nueva historia en Shin Suk-hun, un hombre con limitadas posibilidades para trascender a nivel social, mucho menos espiritual, que está envuelto en un drama afectivo por la descuidada relación que mantiene con su hija. Un golpe de suerte, o quizá de fatalidad, le hará obtener asombrosos poderes que cambiarán su destino radicalmente.
La premisa de Psychokinesis (2018) es tan sencilla como su propio desarrollo. El director propone algo que, por ejemplo, M. Night Shyamalan ya había explorado a través de David Dunn en El Protegido (2000) -más allá de los orígenes de las virtudes sobrenaturales de ambos personajes-: rescatar a un don nadie predestinado que deberá enrumbar su camino a fin de redescubrirse.
Claro está que las claves que emplean el indo-estadounidense y el surcoreano son muy distintas. Shyamalan hace que su personaje se desgaste psicológicamente en su larga lucha interna por asimilar su condición de único e irrepetible. A Yeon Sang-ho le basta encontrar dos o tres situaciones de injusticia para desplegar a fondo la telekinesia de su protagonista. Aun con todo ello, los lazos filiales son los verdaderos derroteros de estos hombres.
En Estación zombi (2016) el realizador asiático ya había trabajado la ausencia paterna con buenos resultados. Una niña demanda la presencia positiva de su padre workaholic que ante la invasión y riesgo que representan los muertos vivientes experimenta el afloramiento del instinto de protección. En Psychokinesis, papá es un perdedor nato, un irresponsable que no siente el peso de su condición, más allá de que tenga chispazos de bondad o servilismo con algunos de sus semejantes.
Shin Suk-hun vive a la sombra del reciente éxito empresarial de su hija, pero una vez que ella es hostigada por unos matones y su negocio tambalea -además de padecer la pérdida de alguien de su entorno próximo-, el padre intentará ayudarla aprovechando sus poderes. En esa circunstancia, el acercamiento comienza a sentirse como algo honesto; en el fondo, el progenitor se toma una revancha personal contra su nulidad afectiva de tantos años. Yeon Sang-ho saca partido a cierta esencia spielberiana que el de Cincinnati volcó en films como E.T. el extraterrestre (1982) Jurassic Park (1993) o La guerra de los mundos (2005). Siempre el padre en deuda que salda sus tropiezos en el momento justo.
No obstante, algo que desmarca a Yeon Sang-ho de Shyamalan y de Spielberg, en este mar de inflexiones decoradas de fantasía, es la forma en que se utiliza el humor. Shyamalan puede llegar a implantar una cuota de gracia, en medio de la oscuridad y el retorcimiento psicológico de sus personajes, sin desentonar. Spielberg apela a la lógica y se deja llevar por las ocurrencias más tradicionales, siempre a modo de aditamento que sirve para que la historia tome vuelo y, ocasionalmente, otros caminos.
En cambio, el surcoreano provee inicialmente una carga más cándida al punto que roza la caricatura para equilibrar las escenas dramáticas. Una concepción más local del humor que se aprecia con un aire de inocencia. De más está decir que lo trágico y lo dramático responden a formas universales, mientras que lo cómico, no (dixit, Umberto Eco). Aun así, Psychokinesis se va occidentalizando -evidente exigencia de Netflix, la productora a cargo- en su discurso narrativo sin perder genuinidad.
Por otro lado, los villanos están diseñados con tal pulso de demencia y megalomanía que pueden llegar a ser encantadores debido al toque estrafalario que les proporciona el realizador. Hong Sang-moo y sus secuaces -una banda de inútiles que portan elegantes trajes y maneras corrientes- funcionan a contrapartida de Shin Roo-mi, la hija de nuestro peculiar superhéroe. Los infames personajes siempre lucen prepotentes e hilarantes.
Entonces, no se puede dejar de pensar en Mason (Tilda Swinton) de Snowpiercer (2014) de otro surcoreano, Bong Joon-ho, cuando Hong Sang-moo maquina sus maldades. A los dos cineastas de la península se les debería agradecer esa idea de elevar la figura femenina hacia un liderazgo distinto, porque sin querer no caen en el juego panfletario que reclaman algunas voces del #MeToo, cuando el colectivo ataca los estereotipos en la industria. Acá se trata de ser divertidos e inteligentes, buscando criticar con fineza y sin rasgarse las vestiduras.
Psychokinesis capta la atención al balancear drama, acción y humor en un traje distinto para el cine de superhéroes, siempre con un inocuo trasfondo social donde se alude a aquellas corporaciones de malas prácticas que someten a los más débiles y que juegan en pared con las autoridades corruptas. Además, delata un logrado manejo de los efectos especiales que no le quitan el aire “realista” que expone la idea inicial de su director. Esta es una película que refuerza el buen camino trazado por las producciones de Corea del Sur desde hace algunos años, más allá de los géneros.