Jurassic World: el reino caído
Hay que decirlo directamente: Jurassic World: el reino caído (2018) es una película que se aprovecha con descaro de la nostalgia noventera. Todo el crédito que generó la pieza original de la franquicia, Jurassic Park (Steven Spielberg, 1993), se ha agotado. La última entrega dirigida por el cineasta español Juan Antonio García Bayona se rinde ante el decorado y muere intentando cuajar una buena historia.
La quinta parte de la saga se desarrolla, nuevamente, en la Isla Nublar, cerca de Costa Rica, adonde Owen Grady (Chris Pratt) y Claire Dearing (Bryce Dallas Howard) regresan con el objetivo de salvar a dinosaurios amenazados por un volcán en erupción. Una probable desaparición del entorno jurásico será lo que menos importe para algunas figuras malévolas que no dudarán en poner en riesgo la vida de la pareja rescatista con tal de cumplir un siniestro plan.
Con Spielberg en la producción, Bayona recubre Jurassic World: el reino caído de una notoria impronta personal. El orfanato (2007) y Un monstruo viene a verme (2016), dos buenas películas del español que exploran mundos sobrenaturales y fantásticos, guardan semejanzas en cuanto a la puesta en escena, en el caso de la primera, y el suspenso, respecto a la segunda.
Es decir, la ambientación que traza el director podría encajar sin equivocarse en un escenario propicio para potenciar un filme de suspenso con aires góticos, fuera de las escenas trabajadas en la isla en peligro. Es en la casa de un coleccionista donde transcurre gran parte del metraje de la película y donde mejor aprovecha Bayona para exponer su talento como creador de atmósferas solventadas por los decorados interiores y las dimensiones de los espacios.
Del ritmo no se puede decir lo mismo. Son pocas las escenas frenéticas, propias del género de aventuras, que valen la pena. Casi siempre, todo parece desnortado. Si bien huir de una isla que está a punto de ser tragada por lava volcánica no es sinónimo de guardar el orden y que todos la evacúen en formación de fila india, varios segmentos de acción están construidos por la torpe superposición y abundancia de planos innecesarios. Y cuando se pasa a las escenas en donde los diálogos priman, todo se torna cansino, sin posibilidades hacia una resolución dinámica.
Pero es la historia en sí, y los giros que va adquiriendo conforme pasan los minutos, lo más triste – entiéndase triste como lamentable- que puede ofrecer la película. Exageraciones e incongruencias destruyen cualquier intento de verosimilitud que hasta un niño podría llegar a cuestionar. Jurassic World: el reino caído tiene mucho maquillaje y poco corazón.
De las actuaciones de Pratt y Howard se puede anotar que cumplen con sus papeles y con la función empática que debe tener una dupla que afrontará los retos planteados por el guión. La participación de Isabella Sermon (Maisie Lockwood), la nieta del mecenas que aún cree en la salvación de las bestias, destaca por su naturalidad.
Jurassic World: el reino caído es un producto artificial del que no se puede esperar mucho. Su historia es plana y sin trascendencia, acorde a la naturaleza de su irregular planteamiento narrativo. Una suerte concentrada de efectos especiales que no asombra y que adolece de espíritu imaginativo. Una película distante de la génesis que alguna vez instauró Steven Spielberg.