Tres anuncios por un crimen
Mildred Hayes (Frances McDormand) perdió a su hija de una manera cruel: fue golpeada y violada hasta morir, luego su cuerpo fue quemado. La investigación policial no encontró culpables. Mildred cree que el comisario Bill Willoughby (Woody Harrelson) y sus hombres no solo fueron ineficientes en su trabajo, también está segura que nunca quisieron ahondar en el caso. Entonces, decide llamar la atención del pueblo donde vive, Ebbing, Missouri, al alquilar tres vallas publicitarias en las que publica mensajes que cuestionan a la autoridad. Esta acción desencadenará una serie de hechos que revelarán lo mejor y lo peor de la comunidad a la que pertenece.
A primera vista Tres anuncios por un crimen se presenta como un drama policial que va en el sentido de plantear un problema (asesinato) para alcanzar una solución que genere justicia. Algo básico que puede ser trabajado de mil maneras, casi todas lineales y sin mayor sorpresa. Sin embargo, al director Martin McDonagh no le importa la resolución del conflicto, felizmente. Se centra en examinar las decisiones y los caminos que van tomando los personajes principales para representar un mundo hostil que está cubierto de hipocresías y dobles discursos.
El realizador explora la idiosincrasia del centro y el sur profundo estadounidense -por más que Missouri no esté situado con exactitud en el cinturón sureño- con una sutil mordacidad adherida a un fino humor negro que crece conforme avanza la película, para moldear a los personajes en diversos escenarios. McDonagh allana un pueblo que vegeta socialmente y pone al establisment contra las cuerdas. Algunos tópicos se cuestionan y otros se justifican desde la óptica de Mildred, Bill y, sobre todo, Jason (Sam Rockwell). La autoridad es amiga y protectora incuestionable del pueblo; el racismo está tolerado, aunque no valen los escándalos; la violencia de las relaciones familiares son cotidianas; el machismo se cubre de pistolas y chapas de lata; las pequeñas venganzas son más efectivas mientras se cocinan a fuego lento.
Este coctel de anomalías sociales es puesto sobre las espaldas de los tres personajes que al inicio resultan tan poliédricos como contradictorios. No obstante, pasada la media hora de película, van adquiriendo conflictos que explotan sus miserias personales, al mismo tiempo que los hace cuestionarse por la posición que tienen en Ebbing… en el mundo. El triángulo de afecto y desprecio que los embarga no hace otra cosa que sensibilizarlos en un sentido matizado por la fatalidad. Fácil es transformar en bondadoso al cruel o hacer de la rencorosa una encarnación del perdón o que el racista más recalcitrante cambie y alcance un modo elevado de tolerancia. Eso se consigue con dos o tres giros en la trama. McDonagh no cae en ese facilismo, ni desea quedar como un hombre correcto que ampara a la mujer desvalida. Tres anuncios por un crimen es una película que remarca el mito de los grandes infiernos que se engendran en los pueblos chicos donde los menos favorecidos tienen que ir en contra de la norma. Tampoco se trata de construir heroínas o redimir a los pecadores. En esta película no existe la autoayuda de librería, sí la determinación frontal.
Tres anuncios por un crimen es la consagración de Frances McDormand y de Sam Rockwell, pero también el giro de tuerca acertado para McDonagh, director con una formación artística más volcada al mundo teatral. En plena temporada de premios, no es novedad que este film reciba reconocimientos de la crítica y palmas por parte de los espectadores. El Oscar está al alcance de la mano, al menos para McDormand y Rockwell.