Los Meyerowitz: la familia no se elige
Bajo la apariencia de una película sencilla que entrelaza las historias de personajes cargados de conflictos afectivos, Los Meyerowitz: la familia no se elige aborda con elegancia, humor negro y cierta sutileza intelectual, uno de los retratos más entrañables sobre familias disfuncionales vistos en los últimos años.
Su director, Noah Baumbach, reflexiona sobre la relación que tiene Harold Meyerowitz (Dustin Hoffman), un escultor de poco reconocimiento público, y sus tres hijos Danny (Adam Sandler), el menos favorecido por el destino, Jean (Elizabeth Marvel), casi invisible a la atención del patriarca, y Matthew (Ben Stiller), exitoso hombre de negocios que no empatiza con el pasado artístico del clan. Una serie de resentimientos y afectos truncos serán los ejes que muevan a estos personajes desde una perspectiva tragicómica que hace recordar a Woody Allen por la mordacidad de sus diálogos y las cuotas hilarantes de sus acciones.
El director de Una historia de Brooklyn (2005) y Señorita América (2015) vuelve a poner la mirada en Nueva York y regresa a las historias de padres e hijos, aunque de una manera mucho más madura, sin sentimentalismos lacrimógenos y con la medida justa entre la sincera brutalidad y la comprensión del que compadece a los afectados. Los Meyerowitz: la familia no se elige se sostiene por la fluidez de acciones que transversalmente entretejen las frustraciones y los desafíos que afrontan tres generaciones unidas por un apellido.
Harold es el padre opresivo y narcisista que ansía influenciar artísticamente en sus hijos, pero que al no encontrar respuesta por parte de su preferido, Matthew, descarga frustraciones y enojos en los otros dos. Sin embargo, Danny y Jean siguen admirando y queriendo a Harold a la espera de alguna oportunidad. Este conflicto se extiende a la relación entre los propios hijos que en el afán por entenderse y acercarse descubrirán muchas más cosas en común de las que piensan y sienten. Así irán sanando heridas a costa de verdades que no son fáciles de asimilar.
Para que Noah Baumbach no imite la puesta en escena de una tragedia griega, equilibra estos hechos con situaciones absurdas, quizá ridículas, de un encanto particular que hacen transitar al espectador por el fino alambre de un equilibrista que se debate entre la alegría y la tristeza. Esa es la gran luz de esta película: llevar adelante un ejercicio mental dotándolo de un corazón que no se deja abatir por la cursilería. La materialización de esta idea recae en el registro interpretativo de un reparto coral donde los seis actores nucleares (a los mencionados se suman Emma Thompson, la madrastra, y Grace Van Patten, la nieta Meyerowitz), se interrelacionan sin que la naturaleza de sus personajes se invadan.
Esta película producida por Netflix llamó la atención de la crítica y el público durante su estreno en el último Festival de Cannes no solo por la fuerza de los discursos que marcaban sus principales conflictos, sino por la actuación de Sandler. En esta ocasión cuesta creer que se trate del mismo actor que “engalana” la cartelera local cada cierto tiempo con filmes desechables. Es el mejor Sandler de todos los que verán. Y también uno de los mejores roles de Stiller. Y un gran Hoffman (a decir verdad, son pocas las malas actuaciones del gran Dustin). Y en la misma línea con Thompson. En definitiva, Baumbach aprovecha al máximo a todos estos actores y nos regala una delicia de película.
La plataforma de títulos vía streaming ha dado en el clavo con Los Meyerowitz: la familia no se elige. Si esa es una de las líneas por la que seguirá apostando bienvenida sea, a pesar de la reprobación de los puristas de Cannes y de todos aquellos que siguen mirando de reojo y con recelo a las producciones que Netflix difunde.