La hora final
En los últimos años, un grupo de películas nacionales con directores radicados en Lima ha abordado el tema del terrorismo con enfoques y resultados distintos. Algunos films se apoyan en el contexto para desarrollar conflictos que no ponen el foco, exclusivamente, en los enfrentamientos armados o acciones violentas donde Sendero Luminoso y las fuerzas del orden tienen protagonismo. En ese grupo podríamos incluir a Las malas intenciones (2011), NN (2014) o Magallanes (2015).
Sin embargo, otros trabajos involucran a las partes antagónicas de una manera más cercana a fin de trasladar el estado de pánico de la población y la repercusión que tuvo la insana causa terrorista en la sociedad. Aquí encajan Tarata (2009) o La última noticia (2016). Si bien no todos los intentos son sólidos y varios se desdibujan por la superficialidad de la propuesta, algunos conjugan verismo, pasajes ajenos a las historias oficiales y acontecimientos calcados de la realidad. La hora final (2017) reúne estas características en torno a uno de hechos más celebrados de la historia peruana: la captura de Abimael Guzmán.
La película de Eduardo Mendoza de Echave narra el proceso de investigación que realizó el Grupo Especial de Inteligencia del Perú (GEIN) para atrapar al líder de Sendero Luminoso. Una relación cercana entre los agentes Carlos Zambrano (Pietro Sibille) y Gabriela Coronado (Nidia Bermejo) -personajes que arrastran frustraciones y que intentan ocultar sus temores con su labor policial- será el hilo que direccione la sexta película de Mendoza.
Al igual que su trabajo anterior, El evangelio de la carne (2013), Mendoza construye personajes que se mueven por las sombras de la ética y la moral; llenos de conflictos y temores que no pueden resolver ni controlar. Pero, además, el realizador traza rasgos psicológicos que en la interpretación de Bermejo y Sibille, sobre todo en la primera, alcanzan un lucimiento aplaudible. Ello nos lleva a pensar que su madurez como director de actores va en ascenso. Es la dupla estelar la que hace avanzar a la historia por un camino de credibilidad que, sopesada con la narración, determina el resultado final de la película.
La hora final tiene en su primer tercio de metraje un conjunto de acciones que ahuyentan la potencialidad narrativa y argumentativa que merece una historia como la que aborda Mendoza. Así, en ese lapso, nos encontramos ante una película repetitiva, monótona y con tiempos muertos que entorpecen el desempeño del reparto. No obstante, pasado el temporal, una serie de hechos fortuitos hacen más compleja la trama y despierta el interés sin decaer en ritmo hasta la escena final. La mayor licencia ficcional de la historia -el romance de los agentes- aleja al film de lo que pudo ser un thriller trepidante, pero gana en profundidad para explorar la condición humana desde diversos ángulos: el afecto filial, la camaradería policial, el miedo de una sociedad vulnerable.
Otro aspecto positivo es la ambientación austera de los espacios interiores que funciona como un espejo de las propias vidas de los integrantes del GEIN y las condiciones limitadas en las que planeaban sus estrategias. A pesar de la desesperanza que conlleva el panorama y que plantea la película, La hora final no carga pesimismo. Tiene una mirada -y un desenlace- que invita a la reflexión sin aires moralizantes, más allá de la irregularidad de su narración.