Su nombre es Fujimori
A partir de material de archivo de la década del noventa, videos de la primera marcha convocada por el colectivo No a Keiko y entrevistas a políticos, periodistas y analistas, el cineasta peruano Fernando Vílchez construye un documental que cuenta en dos líneas temporales cómo el fujimorismo tomó por asalto la institucionalidad durante una década y cómo su hija podría seguir la misma ruta.
El documental se inicia con la transmisión en vivo de un programa radial que recoge los testimonios de personas asociadas a la política para analizar la intervención de las Fuerzas Armadas en el Congreso, efectuada minutos antes por mandato de Alberto Fujimori.
El denominado autogolpe que disolvió el parlamento sirve como punto referencial del filme para entender el alcance del autoritarismo y la posterior gestación de una estructura vertical donde la corrupción era el modo de operar más común.
Al final de la transmisión también se puede escuchar la voz del conductor que informa sobre la intervención que está sufriendo la radioemisora a manos de militares. Todo en vivo. Así Vílchez expone un caso emblemático de censura periodística y restricción a la libertad de expresión.
Podría pensarse que el realizador está parcializado o que responde a otros intereses partidarios por la voz en off (su propia voz) que sirve de hilo conductor a la película y que critica tanto los procedimientos del expresidente como las aspiraciones de la exprimera dama.
Sin embargo, el material de archivo y las investigaciones que posteriormente hicieron la Fiscalía de la Nación y la Procuraduría Anticorrupción, son el mejor respaldo para comprender lo innegable. Es decir, Vílchez no hace un disparo al aire. Cimenta cada una de las ideas expuestas, de forma sencilla y directa, con una base sólida. No cae en el juego del documental propagandístico o panfletario.
Las ejecuciones del Grupo Colina efectuadas en Barrios Altos y La Cantuta, la siniestra figura de Vladimiro Montesinos como socio de Alberto Fujimori, las esterilizaciones forzadas a miles de mujeres bajo el ejercicio de un exministro de Salud que actualmente es congresista, la compra de la línea editorial de los medios de comunicación por parte del gobierno, las protestas estudiantiles y la represión que vivieron los universitarios hace 20 años, la complicidad de Keiko a partir del silencio y el aprovechamiento personal de los recursos públicos, entre otros aspectos, son las principales líneas del trabajo de Vílchez.
Pero, sobre todo, el cineasta otorga una reflexión sobre la falta de memoria de muchos peruanos y la impresionante capacidad que tienen para olvidar delitos que envilecen a una sociedad acostumbrada a la impunidad.
Su nombre es Fujimori no es un punto de vista personal. Es la voz de una generación que fue testigo del entramado más corrupto de la historia republicana del Perú. Es una película que aparece en un momento crucial donde los peruanos están por elegir a un nuevo mandatario.
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