Las empresas y la evolución social
Las empresas y la evolución social
La inequidad social es una deuda crónica en el Perú y esta parte del mundo, la que se manifiesta más profundamente en momentos de máxima tensión como lo es esta pandemia, un punto alto dentro de una crisis permanente.
Las urgencias de los países “en desarrollo” por resolver las cuestiones esenciales en la base de la pirámide, son una clara demostración de un Estado que, sin caer en falsas ideologías ni en el repetido diagnóstico de su ineficiencia o impericia, necesita el soporte del mundo empresarial para ocupar esos espacios vacíos que son críticos y esenciales en la búsqueda del bienestar de las personas.
Frente a un Estado ausente, la empresa debiera hacerse presente y no sólo desde la perspectiva de ganar reputación a través de dádivas que intentan neutralizar la culpa del más fuerte, sino para reducir la brecha que existe entre el futuro y el retraso, el que se refleja en la evolución global versus el estancamiento local.
En países desarrollados, con un Estado presente en los temas esenciales para el progreso de la sociedad, las empresas son parte fundamental de ese proceso y no sólo desde la perspectiva económica, sino actuando como impulsores activos en todos los aspectos de la evolución social.
En tal sentido, debemos hacernos una pregunta retórica: ¿Deben las empresas en los países en desarrollo como el Perú, ser protagonistas de los procesos de equidad social?
Está claro que el poder real para marcar el rumbo y generar los cambios necesarios y posibles está concentrado en unos pocos, son esos pocos los que debieran ser los impulsores para construir un puente entre Estado, Empresa y Sociedad.
Y para tal fin, los empresarios referentes en el Perú deberán hacerse nuevas preguntas para abordar el desafío:
¿Qué es lo que hay que entender acerca de la evolución? ¿Qué es lo que hay que tener para abordarla? ¿Qué es lo que hay que hacer para que resulte una acción concreta?
En primera instancia, lo que hay que entender es que la crisis es inevitablemente una continuidad, y que cada cierto tiempo nos provoca mas intensamente, lo que pone a prueba la capacidad y, especialmente, la voluntad. Desde esa idea, el empresario debe entender que no hay un futuro, sino que vivimos un presente continuo que se va construyendo de la mano de ellos mismos, que son los que conducen la evolución. Son los que le acercan a las personas la tecnología, la energía, los alimentos, la sustentabilidad, y hasta la satisfacción individual y colectiva.
Ese supuesto futuro que imaginamos ya está en otro lugar, dónde evolucionar es un objetivo permanente que exige a las empresas vivir en el límite de la esa zona de confortabilidad competitiva. La evolución obliga.
Frente a ese escenario, es lógico plantearse que es lo que hay que tener para hacerse cargo de la evolución, y en ese punto la clave es simple: Tener visiones del mundo, tener un propósito, una misión y todo eso enmarcado en un sistema de valores compatibles con lo que hay que hacer. Todo esto forma parte del complejo decisional estratégico, que en definitiva es la política de los negocios, es decir, plantear el conflicto, definir un para qué, decidir el qué y considerar la manera de hacerlo.
Es bastante común que los empresarios consideren a estos conceptos como parte de un modelo “idealista” y esto se explica porque el empresario, salvo excepciones, está guiado por la voluntad de poder más que por ideales. Pero está claro y demostrado que quienes marcan el ritmo de la evolución, lo hacen desde un propósito que, sin necesidad de estar prolijamente redactado, es el vector estratégico para la conducción política de los negocios.
Y es a partir de la política de los negocios desde dónde se plantea que es lo que hay que hacer y en este punto, las acciones apuntan a que la evolución requiere de una transformación.
Si las empresas y quienes las conducen tienen la voluntad de ser impulsores de la evolución y del progreso, deberán replantearse conceptos que hoy quedaron en el archivo.
Y el concepto inicial es el de creación de valor. Entender que, para ser parte de la normalidad, debe dejarse de lado el concepto de la riqueza para el accionista, por el concepto de optimizar el potencial de creación de riqueza en general. Esto implica modificar las expectativas en cuanto a lo que significa el valor económico, el valor social, el tiempo y el espacio.
En tal sentido, es prioritario construir un puente entre los accionistas, los stakeholders, la sociedad y la conducción de la empresa, generando un ecosistema que crea riqueza evolucionando. Esto va más allá de la ayuda económica y material puntual a los más desfavorecidos.
Son las empresas a partir de la arquitectura de sus negocios las que deben promover la educación, la salud, la nutrición, la conciencia con el cuidado del medioambiente, la disponibilidad tecnológica. Y esto no es dejar de lado los resultados, todo lo contrario. Es optimizar los resultados a partir de hacer evolucionar una sociedad más predispuesta a modelos de consumo conscientes promovidos desde las empresas. Es parte de la llamada economía frugal, que no es antagónica con el crecimiento inteligente.
Y promover la evolución, empieza por algo muy simple: cumplir la promesa. Por eso, ser honestos cuándo se plantea el foco en el consumidor, cuándo se habla de innovación, de sustentabilidad, de desarrollo de las personas.
Ahora, algunos desprevenidos pueden pensar que esto es una utopía, pero no. La tendencia del mundo desarrollado plantea estos puentes, y a partir de estos, crecen y se desarrollan con la sociedad. Van juntos.
Si los empresarios quieren ser parte de la evolución social deberán, y esto es tal vez lo más relevante y difícil, abandonar las experiencias vividas y la voluntad por el poder para eliminar los paradigmas que no dejan percibir que la responsabilidad empresarial está en democratizar lo esencial, y para ello construir una nueva agenda.
Una agenda que tenga como punto de partida un propósito con sentido, la transformación cultural, estratégica y estructural de sus empresas apalancadas en la tecnología, en tener estructuras dónde la jerarquía deje paso a las responsabilidades diferentes, y dónde la innovación y la sustentabilidad no sean un simple discurso de moda.
Las empresas referentes en el Perú, frente a un Estado ausente y una crisis política interminable, tienen la responsabilidad de hacer evolucionar a la sociedad, y su rol es sólo el de cumplir con lo que hacen, creciendo y generando resultados a partir la convivencia social y para eso, deben ser las que generen un espacio de coexistencia. Para eso los puentes.
Son las empresas las que constituyen los mercados, los aceleran y los guían. Son las empresas y quienes las conducen los que deben afrontar la incertidumbre dejando de lado a la ansiedad, a la ira, al corto plazo, y afrontar los desafíos de una crisis infinita con la convicción de gobernar lo gobernable y liderar lo posible, a partir de la voluntad de evolucionar con propósito.
La crisis exige una contracrisis. Esta es la oportunidad.
Por: Guillermo Bilancio , profesor de estrategia en la Universidad Adolfo Ibañez (Chile) y consultor en alta dirección.