¿Cómo cerraremos 2023?
Si algo caracteriza a la proyección de las variables económicas para este año, es que se ajustan cada vez más hacia la baja. Sin duda, es algo positivo para la inflación, pero negativo para el crecimiento. Veamos los detalles.
El crecimiento es fundamental para elevar el empleo, aumentar la recaudación tributaria y reducir la pobreza. En el primer semestre, cerramos con una caída del PBI de 0.45 %. Si es o no recesión, pues depende de los que cada uno entienda por recesión. Luego, para poder terminar el año en positivo, se requeriría un segundo semestre al menos mayor que 2 %; pero, con la crisis política, la falta de credibilidad y los problemas climáticos relacionados con El Niño, se ve poco probable. Esto nos dejaría en un año de crecimiento en torno de entre 0.5 % y 1 %; si obviamos 2020, debido a la pandemia, sería el peor registro en más de dos décadas. El resultado será una menor creación de empleo de calidad y un aumento de la pobreza, que podría aumentar de 27.5 % en 2022 a cerca de 29 % en 2023.
La inflación, si bien es cierto está en franca disminución, todavía se encuentra por encima de la meta del BCR. Más aún, si vemos las cifras del INEI, los bienes cuyos precios han subido más son los alimentos, algo que perjudica directamente a las familias de menores ingresos. A mayores precios, menos poder de compra y ello incide en el gasto de consumo privado, principal componente de la demanda interna. Ciertamente, la inflación es un problema mundial desde 2021 y, por eso, los distintos bancos centrales decidieron subir sus tasas de interés para enfrentarla. Como cualquier medida en economía, ello tiene efectos positivos (control de la inflación), pero también negativos (desaceleración del crecimiento económico, debido a la menor demanda por préstamos de consumo e inversión, ambos componentes de la demanda interna). Una precisión: bajar la inflación no significa que los precios bajen, sino que suben menos, pues la inflación mide la tasa de aumento de precios.
Ahora, a mediados de 2023, la reducción de la inflación aumenta la probabilidad de una reducción de tasas de interés de política monetaria, dado que esta última es la herramienta para combatir la primera. Podríamos esperar que a partir de setiembre la tasa comience un periodo de reducción. Y esa será una buena noticia. El año puede cerrar con una inflación en torno de 4.5 %, aunque todo depende de El Niño y de la evolución de la crisis política.
El problema de fondo es de expectativas. Como los cimientos de una casa: no basta con tener buenos cimientos, que Perú los tiene. Veamos algunos indicadores regionales. Perú tiene la menor inflación promedio anual 2001-22 de América Latina, así como el menor déficit fiscal, menor deuda pública como porcentaje del PBI y mayor nivel de reservas en comparación con el resto de países de la región. No es poca cosa.
Nada de esto quita un hecho real: que el bienestar no ha llegado a todos y la frustración y molestia son comprensibles; sin embargo, lo que hay que preguntarse es qué está fallando. Perú no tiene una economía social de mercado, sino una economía de privilegios; no importa si el gobierno es de derecha o de izquierda. Cada presidente, ministro o congresista, con excepciones, entiende su cargo como un lugar para satisfacer intereses personales, incluyendo a sus amigos más cercanos. Y ese es un lastre para que el crecimiento se extienda a todos. No es un tema del modelo, sino de personas. Si el gobierno no sabe cómo gastar el dinero que recibe de quienes pagamos impuestos, tampoco sabe regular el abuso de la posición de dominio de los privados; entonces, el bienestar para todos seguirá siendo esquivo.