¿Por qué es difícil hacer reformas?
Si no se hacen reformas, ningún cambio constitucional servirá para elevar el bienestar de todos los ciudadanos. Una reforma es un cambio profundo en el funcionamiento de un sector como por ejemplo, salud, educación, pensiones, etc. Si todos estamos de acuerdo con la necesidad de reformar los sectores mencionados, entonces ¿por qué se no se hace?
En el Perú damos por sentado algunas cosas que en su tiempo requirieron de reformas; por ejemplo, mantener una inflación controlada y dentro de la meta esperada por el BCR; otro ejemplo: un manejo responsable de las finanzas públicas. Sin embargo en su tiempo, la implementación de las reformas para que hoy sean parte de lo “normal” enfrentó restricciones. La economía venía de una crisis, de modo que era aceptable por la población que había que hacer algo para evitar la hiperinflación y el alto déficit fiscal. En otras palabras, existía un consenso. Aquellas reformas relacionadas con el logro de la estabilidad y la apertura hacia el exterior se denominan “de primera generación”.
Sin embargo, para que la población reciba los beneficios de las buenas cifras macroeconómicas se necesita reformas en otros campos, como por ejemplo, el institucional; pongamos un ejemplo: la mayoría de los lectores estará de acuerdo en que el Estado necesita ser reformado; a diario vemos que hay un exceso de burocracia, que la salud y educación no tienen los estándares de calidad adecuados, que no hay seguridad, etc. Está claro que la “buena economía” no es suficiente. Entonces quedan dos caminos: o nos quedamos así o mejoramos (reformamos) al Estado.
Si estamos de acuerdo con el segundo objetivo, la pregunta es ¿cómo lo hacemos? Me parece que podemos pensar lo siguiente: en primer lugar, una adecuada comunicación por parte de los responsables de diseñar e implementar las reformas. La ciudadanía tiene que saber qué se va a hacer, cómo se va a hacer, en cuánto tiempo se esperan resultados, etc. Si eso no se hace, de manera natural genera rechazo, pues como en cualquier aspecto de nuestras vidas, las reformas significan cambios y si vamos a cambiar sopesamos los beneficios y costos del cambio. Eso debe estar claro para tomar la decisión. Bien harían los candidatos a la presidencia en ser claros en estos aspectos.
En segundo lugar, las reformas institucionales como la del estado, no se pueden hacer “de arriba hacia abajo”, sino a la inversa; es decir, los afectados por la reforma tiene que opinar y ser parte de la misma. Las reformas funcionan solo si existe algún grado de consenso entre las partes involucradas.
Por ejemplo, ¿alguien estaría en contra de mejorar educación y salud? ¿Es un tema solo de más dinero para el sector? ¿Cómo mejoramos la calidad de nuestros estudiantes? Sabemos que sin inversión en capital humano no es posible pensar en mejoras en el futuro.
Siempre habrá oposición a las reformas, pero muchas veces no se sabe a qué se oponen ni por qué. Simplemente es el temor al cambio, pues nos saca de “nuestra zona de confort”. Sin embargo, es un tema que tiene que trabajar el gobierno, con una agenda clara, en especial en el campo social. Si existe un marco macroeconómico multianual, ¿por qué no existe un similar en el campo social? La gente se opone a las reformas cuando no ve mejoras.
En tercer lugar, la credibilidad es clave; por eso la mayoría de reformas se hacen al comienzo de los gobiernos y no hacia el final. El “cuándo hacerlas” importa tanto como el “cómo hacerlas”. Las reformas no se pueden hacer en un contexto donde la credibilidad de las autoridades está en caída. Por eso, aprovechar los buenos tiempos para hacer reformas es clave.
Ciertamente, los efectos de una reforma no son de corto plazo. Los gobiernos deben ser conscientes de ello. Es probable que algún gobierno posterior obtenga los beneficios. ¿Estarán nuestros políticos dispuestos a ello? Hacer reformas tendría que estar en el tope de la agenda nacional. Hagámoslo por los más vulnerables.