¿Qué hacemos con la economía?
Sabemos que la economía peruana depende, en gran parte, de lo que ocurra con la economía mundial. La última proyección para la economía mundial es una caída del PBI de -1.5%, que es mucho mayor que la registrada en 2009 que fue de -0.1%. En esas circunstancias, la cifra se explicaba por los impactos de la crisis financiera internacional, que estalló en setiembre de 2008. Momento complicado para el mundo. En el caso de Perú se espera una caída que fluctuará entre -3% y -6%.
En consecuencia, los impactos económicos de la contención de la propagación del virus, aún sin fecha de término, plantea un reto para los estrategas de la economía mundial. Esto es así porque no tiene precedentes. Por ejemplo, la crisis financiera de 2008 sí tenía antecedentes. Desde la crisis de los tulipanes de 1634 hasta la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado, la secuencia de toda burbuja y posterior crisis financiera era conocida. Teníamos, más o menos, contra qué comparar. Tanto era así, que ante el estallido de la crisis de 2008, los gobiernos procedieron como se hizo en 1933.
Hoy, los gobiernos y bancos centrales están respondiendo igual. Los primeros aumentan el gasto público y brindan alivio tributario y los segundos bajan tasas de interés e inyectan liquidez directamente al sistema financiero. ¿Significa esto que una crisis de exceso de crédito puede igualarse a los efectos de una pandemia de salud? ¿Cómo podrían ser iguales si no ha habido burbuja ni boom crediticio previo? No tengo una respuesta definitiva, pues puede ocurrir que los efectos en la economía sean similares y en ese caso se justifica una respuesta parecida.
Me parece que hay que tener claridad en algunos aspectos. En primer lugar, el deterioro económico se origina por las medidas de contención tomadas para contener el avance del virus. Queda claro entonces, que primero hay que contener el virus a cualquier costo, y luego (o si se puede, en simultáneo) veremos qué hacer con la economía. En segundo lugar, los gobiernos tienen que elevar su gasto público para poder tener éxito en la contención, pues muchos ciudadanos se quedan sin ingresos y como consecuencia compran menos y afectan a las empresas que, como entonces, producen menos. Demanda y oferta cayendo al mismo tiempo. En tercer lugar, primero está la salud y eso no es negociable. De nada serviría aparentar que todo vuelve a la normalidad, si luego se reaviva el virus.
En cuarto lugar, los virus no se derrotan de un momento a otro. De ahí que de aquí en adelante, la forma en que vivimos cambiará para siempre. Atrás quedarán los saludos, los abrazos y las cercanías entre las personas. Deberemos vivir una especie de aislamiento social voluntario, que nos permita vivir sin el temor de ser contagiados o contagiar sin saberlo.
En quinto lugar, el problema del turismo no se arreglará fácilmente. Aquí surge un problema muy estudiado en economía, llamado acción colectiva. La idea es así: supongamos que Perú logra, con las medidas que ha tomado, detener el contagio. ¿Qué pasa si abre las fronteras? Pues vendrán ciudadanos de otros países en los que no se han tomado las mismas medidas. Ellos podrán traer otra vez el contagio y tendríamos que comenzar de cero. Fíjense en las posturas de los presidentes de México y Brasil, ambos de posturas ideológicas absolutamente distintas y notarán a qué me refiero.
Y esto lleva al último punto. Este no es un tema ideológico y requiere rapidez y medidas técnicas, no populistas. Entiendo que en las redes sociales se puede decir cualquier cosa; pero pretender explicar esta pandemia con motivos ideológicos me parece un despropósito. Ahora más que nunca tenemos que ganarle la guerra a un enemigo invisible que enfrenta a toda la humanidad. Por lo tanto requerimos de una respuesta global y no solo local. Ojalá que el mundo sea capaz.