Revueltas en América Latina
Las manifestaciones en Ecuador y Chile de los últimos días dan que pensar. Más allá de los detalles de cada una de ellas, lo cierto es que existe una profunda insatisfacción con los resultados sociales de los gobiernos, no solo actuales sino anteriores.
Una proporción importante de los ciudadanos no encuentra otra forma de expresarse que alzando su voz de protesta; lo que no puede permitirse es la violencia y destrucción, pues no tienen ninguna
justificación.
Naturalmente la izquierda aprovecha la coyuntura para mostrar se oposición a la derecha, si por esta última entendemos el libre mercado y la apertura al mundo. Sin embargo, recordemos que ambos países tuvieron antes de los actuales presidentes a políticos de izquierda, como Michelle Bachelet en Chile y Rafael Correa en el Ecuador. Y tampoco funcionaron. La prueba más clara es que no hubieran sido elegidos Lenin Moreno ni Sebastián Piñera. Por su lado, la derecha señala que se trata de grupos violentistas de la izquierda radical apoyada por Venezuela, que tiene en el gobierno a una dictadura de izquierda radical.
No lo sabemos, pero a juzgar por la organización que mostraron, no se trata de un levantamiento espontáneo. ¿No les parece que, si ninguno de los dos ha dado resultados, el problema es más de fondo? América Latina se caracteriza por tener el mayor grado de desigualdad del mundo, que en general es una herencia colonial, que no se ha podido cambiar, la que a su vez se traduce en una desigualdad de oportunidades. Y eso no ha sido solucionado ni por la izquierda ni por la derecha. Nadie puede decir que Venezuela es la solución en ningún sentido.
Desde mi punto de vista, el libre mercado ha facilitado el crecimiento económico en todos los países que lo han puesto en marcha. El problema es la redistribución. Y de eso se encarga el estado, de modo que cada vez más personas reciban los beneficios del crecimiento. Me explico. En primer lugar, cuando una economía crece, aumenta la recaudación tributaria y se eleva el empleo. La pregunta es la siguiente: ¿Saben nuestros estados cómo usar el dinero que proviene del crecimiento económico para invertirlo en educación, salud, infraestructura y seguridad ciudadana, entre otros, de modo que se avance hacia la igualdad de oportunidades? Un joven mal alimentado y con educación de baja calidad simplemente no recibirá los beneficios del crecimiento ni ahora ni después.
En segundo lugar, se supone que al crecer (producir más) se genera más
empleo, pero preguntémonos lo siguiente: ¿existe la mano de obra
adecuadamente calificada para poder ser absorbida por una economía en
crecimiento? Otra vez la educación y salud previa son determinantes.
Para terminar, el libre mercado no existe ahí donde un grupo de empresarios,
políticos o relacionados, por sus nexos con los gobiernos, logran beneficios
especiales, que en muchos casos derivan en corrupción. Eso no es libre
mercado, sino mercantilismo. Y eso pasa en el común de los gobiernos de
América Latina. La disyuntiva no es estado versus mercado, sino cuánto de
ambos.