La gran ausencia: las reformas
Los discursos de cada 28 de julio brindan la oportunidad no solo para analizar lo que se dijo, sino en especial lo que no se dijo. Durante la última semana hemos leído infinidad de opiniones respecto de lo bueno o malo de la presentación de PPK ante el Congreso, pero pensar en lo que no se dijo nos permite comprender mejor las prioridades del gobierno o lo que “puede hacer”.
Desde mi punto de vista la ausencia de una mención a las reformas estructurales, tan necesarias para sostener el crecimiento más allá de las coyunturas externas favorables, fue la gran ausencia. ¿A cuáles me refiero? Al inicio de las reformas de en áreas claves, como la salud, educación, poder judicial, laboral, política y tributaria. Veamos.
En primer lugar, toda reforma genera ganadores y perdedores, pues implica cambios y como consecuencia tienen un costo político. Sin embargo, si no se hacen, no podemos esperar resultados distintos, más allá de los “jalones” externos, que se manifiestan, como viene ocurriendo hace algunos meses, con los precios de las materias primas. La experiencia de otros países y del nuestro en el pasado, muestra que la manera de minimizarlo es sumando cada vez más ganadores. Imagine usted, estimado lector, que comienza una reforma en el sector salud; en la medida que brinde resultados al ciudadano de a pie, por pequeños que sean, reducirá la oposición a la misma y facilitará su profundización. Se puede comenzar por ejemplo, asegurar que todos los hospitales del país tengan todos los suministros médicos necesarios para que no ocurra que un paciente no pueda tener un mejor estado de salud porque no había el medicamento. Luego de ello, comprometerse, digamos en seis meses, en arreglar todas las máquinas para tomar exámenes en los hospitales públicos. Aquí la clave es la capacidad de gestión.
En segundo lugar, entiendo que las reformas se implementan cuando los gobiernos experimentan altos niveles de credibilidad, que no es el caso actual de PPK. Las reformas no se iniciaron durante el primer año y me refiero al período de tiempo entre agosto de 2016 y antes de la aparición de Lava Jato y el problema del niño costero. Aquí hay un pecado de omisión, pues se mantuvo el “piloto automático”.
En tercer lugar es fundamental iniciar la reforma del Estado, digamos en el tema de la mejoría en la entrega de servicios básicos a la población, que debe “sentir” que las cosas mejoran. Solo así pasaremos del pesimismo al optimismo.
La lista es más larga; ¿cómo se va a conseguir destrabar los proyectos que no se lograron destrabar en el primer año? ¿Cómo se van a viabilizar los proyectos mineros? ¿Terminarán nuestros estudiantes su año escolar, dada la huelga de los maestros? ¿Y la informalidad?
Todo esto pasa por solucionar el problema político. Las dificultades por las que atraviesa el país son muy grandes, muchas de ellas de décadas atrás. De ahí que si el congreso es de la oposición, pues hay que tener una estrategia de negociación que se concrete en medidas que respaldemos la gran mayoría. La economía y los problemas sociales se desarrollan al interior de un entorno político determinado. Hemos leído mucho sobre la importancia de “tender puentes”; si se han hecho, no se ven los resultados. El congreso tiene que jugar el partido por el Perú y no por agendas propias, por respetables que sean, pues ellos nos representan, ¿o no es así?