Por qué seguimos (seguiremos) en crisis?
Un nuevo régimen se ha instalado y para muchos este suceso significa, de por sí, un fin en sí mismo, una meta deseada. Me cuesta creer que solo un cambio de nombre, persona o rostro podrá modificar la realidad en el país.
Quienes celebran la caída de Castillo como el fin de todo, no están viendo -a mi modo de entender- que la corrupción es un sistema en el Perú (no una excepción, sino la regla). Un sistema que persiste.
A pesar de la posesión de la nueva presidenta, en estos días, aún existirán varios miserables que seguirán llenándose los bolsillos con dinero del estado en áreas tan sensibles y dolientes como la salud o la educación. Castillo, como dije en repetidas oportunidades, solo fue un “carterista” pasajero que desnudó dos hechos bastante simples de corroborar: en este país cualquiera puede ser presidente y, siendo presidente, cualquiera puede sucumbir a la corrupción instalada (incluso actuando, presuntamente, “en nombre del pueblo”). Hoy, varias bodegas serán extorsionadas por funcionarios municipales corruptos. Hoy, a varias mujeres que demandan casos de alimentos se les pedirá un billete para que sus casos avancen. Hoy, algún “merca” de la salud se meterá más dinero al bolsillo en virtud de algún “convenio” irregular con el Estado. No se olviden.
La presidenta, en su mensaje de posesión, ha pedido que le den una tregua que no es permisión alguna. También ha pedido que la ayuden a luchar contra la corrupción que, dicho sea de paso, ella avaló y acompañó activamente. Tampoco lo olviden.
Ante el pedido de la señora Boluarte – repitiendo lo que todos los políticos hacen en sus discursos llenos de frases cliché- la reacción y respuesta mayoritaria es: démosle el beneficio de la duda, descansemos. Pues yo veo las cosas de modo diferente y no por pesimista sino porque considero que no es lo mismo gobernabilidad que tolerancia a la corrupción. La gobernabilidad determina que el estado debe seguir funcionando y no puede parar. Esto es lo deseable. De ahí a permitir que sigan los latrocinios diarios que todos los regímenes políticos han aceptado -y algunos impulsado- es otra cosa.
Desde esa perspectiva mi posición, pasando a lo tangible, se divide en atacar a la corrupción “desde arriba” (a las cabezas cuando están comprometidas) y “desde abajo” (que es la corrupción que no vemos y la que más golpea); o sea, una estrategia a “doble banda”. La lucha contra la corrupción requiere de esfuerzos y acciones concretas, de golpes constantes; concretamente, generar casos (investigaciones penales y/o sancionatorias) que ejemplifiquen y que lleven a la tan ansiada disuasión. Si el delincuente tiene plena consciencia que alguien le caerá con todo si comete sus fechorías, entonces la conducta ilícita disminuirá. Incluso, si el corrupto tiene plena convicción de que lo están vigilando, la corrupción se hace más “costosa” y difícil. Finalmente, la lucha contra la corrupción -dentro de una gran estrategia que actualmente no existe- precisa de hechos de remediación para que el fenómeno no siga. Por ejemplo, en el caso de las famosas “batidas”, imponer que toda intervención policial sea filmada obligatoriamente o, en el caso del tráfico de puestos estatales, establecer como obligatoria la intervención de SERVIR. La corrupción nunca es el problema, es solo el síntoma de algo que está detrás y que, usualmente, no queremos ver o solucionar.
Quienes hemos escogido el rol de joder constantemente al poder, asumimos que no hay tregua porque eso determina complicidad. Entendemos que todo régimen que inicia es un anuncio de vigilancia constante, un anuncio de guerra permanente contra la corrupción. No hay beneficio de la duda o “luna de miel” posible. Ahora veremos a los comedidos que descansarán al pensar que con la caída Castillo se acabó todo. Esos, que se evidenciarán por haber sido funcionales a una causa personalista y conveniente. Aquellos que no habrán entendido que nuestro país necesita del 24×7, que miles de peruanos merecen una vida con dignidad y con plena libertad. Porque la libertad no solo se traduce en el ejercicio de derechos como la expresión o el tránsito, sino también en no tener una tiranía (varias, diría yo) que obligan a pagar “cupo” por existir. Si no entendemos esto es porque no hemos entendido, a mi parecer, el origen de la crisis que viene repitiéndose hace varios años.
Lima, 12 de diciembre de 2022.
Eduardo Herrera Velarde.