Ahora nos toca robar a nosotros
A diferencia de los regímenes anteriores, este es un gobierno que ejecuta la corrupción de manera decidida y conchuda. Con total burla, “pana y elegancia” (o tal vez sin lo último). En pleno desafío a la consciencia de impunidad.
Los de antes, eran desde luego, más sofisticados y elegantes. Casi todos teníamos plena claridad de que nos robaban, pero al no ser tan frontales, no nos dábamos cuenta y, por lo tanto, no reclamábamos. Porque cierto es que lo que más molesta no es que te roben, sino que lo hagan en tu cara y con impunidad. En ese nivel estamos hoy, enardecidos por la conchudez y no por el robo.
Los de antes te robaban y te floreaban, entonces casi terminábamos agradeciendo por el latrocinio. Los de antes te robaban y escondían bien los productos de sus delitos; cuentas sofisticadas, testaferros, no dolía tanto. Eso sí, robaban más.
Los de hoy no saben hablar y ciertamente no les interesa. Los de hoy roban menos -porque aún tienen tiempo y están en subida- tampoco saben esconder el dinero apropiado, por eso encontramos la plata en el baño o tal vez debajo de un colchón cómplice. En términos criminológicos populares, los de hoy son, en contraste, “pájaros fruteros” o “carteristas”.
La corrupción del actual gobierno es fiel representante de lo que sucede, en diferentes proporciones, en todo el país. Elegimos a los corruptos de siempre (miren no más lo que ha pasado en las regionales, pese a la reciente experiencia) porque vemos una oportunidad; ese corrupto que ya conozco puede darme una “chambita” y ahí aplica también el “ahora me toca a mí”. Y claro, eso mezclado con la ausencia de esperanza y confianza, genera un coctel de complicidades diarias, de tolerancias cínicas.
¿Cómo salir de esto? La respuesta es muy simple: que la corrupción no esa la regla, que no siga siendo el sistema imperante. Dejar de justificar, dejar de quejarse, dejar esas frases miserables: “es que siempre fue así”, “es culpa de los políticos o de los empresarios”, “yo soy corrupto, pero tú también” (lo primero no se dice desde luego), “es que no hay otra manera de hacerlo”, “estamos en el Perú…así funciona todo”, “no seas sonso nunca acabaras con la corrupción”, “todos roban”, etcétera.
Más allá de ese primer paso que parecerá insuficiente o ingenuo como dicen los detractores, la sola consciencia de una necesidad de parar el ciclo corrupto sin duda alguna cambia completamente el panorama, es el inicio de todo. Noten que ya empezamos por algo bastante cercano en la reciente encuesta de percepción de corrupción de Transparencia Internacional que nos coloca -por nosotros mismos- en el primer lugar de Latinoamérica. Es decir, reconocemos que somos corruptos, el primer paso para la recuperación.
De allí en más, insisto, tenemos que avanzar en una estrategia que, actualmente, no existe: ley inteligente (no solo disuasión, sino prevención), “enforcement” (que esa ley se cumpla siempre y para todos) y educación (toma de consciencia, no solo para los niños o jóvenes). Parar el ciclo y tener una estrategia, es un imperativo que debemos empezar hoy, de lo contrario seguiremos llorando en un permanente círculo caótico o viendo como nos acomodamos.
Lima, 29 de noviembre de 2022
Eduardo Herrera Velarde