El Perú en juicio
En el Perú, esa maldición que reza “entre abogados te verás” se ha convertido en una realidad. Hoy, todos somos potencialmente penalistas o constitucionalistas. Hoy, tenemos más de treinta millones de fiscales, jueces y claro, por qué no, abogados defensores.
Dado ese ambiente abogadil existe, en consecuencia, en nuestro amado país una devoción, podría decir obsesión, con la ley. Esa normita chiquita, de letras menudas, que nos da cierto alivio. Si existe una ley, entonces el problema estará solucionado.
Esto nos lleva a mirar qué tan importante debería ser la justicia y, contradictoriamente, a nadie parece importarle. Si hubiese justicia, todos seríamos iguales ante la ley, bajaría la corrupción u otro tipo de delincuencias. Esto la base del desarrollo.
La “hiperlegalidad” que ha llevado a nuestra política a los tribunales -y no porque precisamente se haya politizado la justicia- ha generado conductas como las del presidente de la república quien se esconde como un pillo contumaz, se escuda en el silencio, promueve nulidades o habeas corpus e incluso tiene a funcionarios públicos como sendos defensores pagados con nuestro dinero. El presidente se ha convertido en un abogado de hecho. Incluso llega más allá porque, como tiene poder, puede impunemente obstruir a la justicia y no pasa nada. Sí, así como lo leyó. No pasará nada porque en el Perú hay ciudadanos que están por encima de la ley. Por eso, nuestro primer mandatario se da el lujo de no responder y eludir como hacían muchos regateadores políticos de fecha anterior. Así nacen las tristes frases como “eso es un refrito”, “son cortinas de humo” o el tan consabido “soy un perseguido político”. Frases que perpetúan la incredulidad y las pocas esperanzas nuestras. Nada ha cambiado, todos son iguales.
Los miles defensores del presidente, sostienen también como argumento central aquel mensaje cínico: “…pero si tal persona (aplicable a cualquier corrupto de antaño) también robó y nadie se quejó”. Se instituye como regla general, casi como una sentencia, que el “pecado del otro me hace santo”. La corrupción reivindicativa se impone con un slogan tan potente: ustedes (la argolla anterior) robó, ahora nos toca a nosotros.
Por supuesto este argumento no deja de tener algo de razón. La justicia peruana es parcial. Si tienes billete y no estás en el foco de la tormenta pasas piola. Si le simpatizas al sistema y fuiste una autoridad corrupta no te tocarán, así te encuentren con las manos en la masa. Pese a que muchas cosas deberían de cambiar -empezando por la misma justicia- la inamovilidad nacional es un estado natural que genera que todo siga igual. Siempre, además, habrá un escandalo mayor que tape el anterior.
Frente a esto, tenemos solamente dos opciones: continuar como estamos (sumirnos en el cinismo, continuar con el sistema corrupto, etc.) o tomar consciencia y hacer un cambio de rumbo.
Desde esa perspectiva deberíamos de olvidarnos un poco de la ley. Dejarnos de creernos abogados (porque los abogados complican mucho las cosas a veces). Es crucial ir más arriba, elevar el nivel de todo para evitar el reglamentito y el pequeño decreto supremo. No se trata de un código que hay que interpretar o un “technicality” que es menester encontrar para dejar el argumento del otro hecho pomada. Esto nos debe trascender porque claramente continuar como siempre no está dando resultados.
Si queremos cambiar el país, no será mediante una ley. En todo caso, el cambio desde esa perspectiva, se logrará cuando se cumpla la ley siempre y para todos. Aunque finalmente, las cosas cambiarán cuando nos demos cuenta que no podemos seguir actuando de la misma manera (activa o pasivamente) y dejemos de conducirnos como una manada triste que va al matadero porque piensa que no le queda otra alternativa. Las cosas cambiarán cuando simplemente dejemos de buscar pretextos y afrontemos lo que nos toca con responsabilidad (cada uno sabrá).
Lima, 13 de octubre de 2022
Eduardo Herrera Velarde