Largo tiempo la política
Largo tiempo la política se ha instalado como una mala práctica. Demás estaría citar ejemplos, solo basta ver a nuestro alrededor para también identificar que la política peruana nos representa y calca muy bien como pensamos y actuamos.
La política se ha convertido en un concurso de popularidad en el que gana el que mejor marketing y reflectores tiene. Llegando al cinismo puro de la trivialización, la política juega con nuestras emociones abyectas o gratas como la risa. A los demás, también nos encantan los espectáculos y por eso aplaudimos. En nuestra vida cotidiana como país, el Perú se ha tornado en un espectáculo diario.
La política se ha convertido en un permanente conflicto de interés, de acciones no transparentes, de genuina incoherencia e irresponsabilidad. La conducta del vivo, del chistoso, del atorrante. Como aquellos que roban la luz roja para doblar ágilmente y ganarles el paso a todos los demás, como la del auto o camioneta que se sube a la vereda o se “chanta” detenido -con luces intermitentes- por varios minutos u horas, como aquel que lotiza la vereda pública para cobrar parqueo para su bolsillo. Bien dice el tango: “vivimos revolcaos en un merengue”. La confusión nos lleva a no distinguir si la política es nuestra y nos representa, o nosotros mismos somos la política de lo cotidiano.
Quizá siempre fue así y hoy simplemente hemos perdido el pudor. Así como la corrupción gubernamental se ha convertido en frontal y conchuda, la mala política ya no esconde sus fustanes, ni siquiera para guardar las formas. Añorando tiempos idos, algunos prefieren no ver, no escuchar y que todo sea más “caleta” como antes. Política, la de mis tiempos.
Como siempre, para frenar esta espiral en la que siempre se puede caer más bajo, el respetable, y la misma política, buscará el antídoto perfecto en un reglamentillo de El Peruano, lo cual equivale a esos letreros absurdos, por declarativos, que abundan en los lugares públicos: “está prohibida la discriminación según ley tal”; pero afuera -o incluso muy discretamente dentro del establecimiento- sí se permite. La doble cara institucionalizada amparándose en el cumplimiento, farsante, de la ley.
Lo que debemos de hacer es más bien un “no hacer” que refleja un verdadero poder, el poder de la abstención. Un amigo me dijo, alguna vez, que un político es como una estrella de rock o de cine. Sino lo ves, sino lo “consumes”, lo jubilas. Ergo, mientras más sigamos validando con nuestros actos a la política -y ciertamente a nuestra tendencia a la carencia de consciencia y ética- más crecerá lo que decimos no desear. Sarna con gusto, no pica.
No votemos a favor de políticos que actúan como todos o, me corrijo, como la gran mayoría.
Las personas, aquellos “realistas” o “pragmáticos” que lindan en el cinismo, objetarán que no hay alternativa porque así es la política. Me resisto a aceptarlo y ser cómplice. No creo ser el único. Seguramente, en muchos lados la política sea representada por la insidia y la corrupción, pero eso es porque hay mermas o márgenes de error como en toda conducta humana. Si queremos ir a la luna, debemos de apuntar al sol y para eso tenemos que aspirar a lo mejor. Como siempre todo cambio inicia en un acto, el de una persona que está dispuesta. Lo demás es contagio y aglutinamiento de masa crítica. Uno por uno logremos la ansiada libertad de esa ominosa cadena.
Lima, 26 de julio de 2022
Eduardo Herrera Velarde.