Sin la pretensión de tener la razón
Es imposible garantizar para todas las personas las mismas oportunidades. No es solamente imposible, sino que incluso podría ser subjetivo, impositivo y hasta cierto punto arbitrario.
Muchos defensores del concepto podrían decir: garanticemos educación, salud y vivienda. A nivel conceptual suena bastante bien, pero vayamos a lo menudo buscando acercarnos a lo real y preguntemos ¿qué educación? ¿primaria? ¿secundaria? ¿universidad también? ¿y qué pasa con los que, simplemente, no quieren estudiar? Incluso para quien quiera, por ejemplo, tener educación primaria para sus hijos existirán un sinnúmero de variantes: ¿un colegio religioso o uno laico? ¿educación dirigida a lo experimental o más bien a lo tradicional? Mire todas las variantes.
Como es muy difícil controlar y dirigir la vida de todos, sin duda alguna la mejor opción es dejar que, simplemente, cada quien haga lo que le dé la gana.
Luego de leer semejante frase anterior, muy posiblemente el imaginario colectivo -buena parte de la mayoría- pensarán en que el Estado debe de garantizar “algo” en el contexto descrito ¿cómo es posible que les dejemos hacer a todos lo que les dé la gana?
Respondo que lo primero que tiene que hacer un Estado es garantizar algo muy simple: igualdad ante la ley. Lo explico mejor con el siguiente ejemplo. Hace unas semanas me escapé de Lima a una de las playas del sur. Una mañana salí a trotar al costado del mar y me percaté que, como todos los días, estaba el grupo de pescadores aficionados a esa práctica con sus cañas dispuestas a coger alguno que otro pez. Al otro lado de la orilla un grupo de pescadores buscaba más bien coger alguno que otro animal para comer y seguramente comercializar. Dos conductas con distintas finalidades, a los dos lados de una misma orilla. Ya se imaginará lo que pasó a continuación, a los pescadores “artesanales” les cayó serenazgo a ejercer la ley; porque, en el criterio -discrecional y arbitrario, por no decir abusivo- estos últimos estaban vulnerando alguna de esas normas ingeniosas que impone el Supremo Gobierno cada quince días sin que nosotros entendamos el por qué o el para qué. Da igual, una misma ley, distinto tratamiento. Eso no puede ser, desde ningún punto de vista, igualdad ante la ley.
No obstante, seguimos en otra discusión. Capitalismo versus comunismo; me pregunto si todos entenderemos bien qué es capitalismo o qué es comunismo. A mí me gusta hablar más bien de libertad y ciertas condiciones mínimas para poder hacer mi proyecto de vida (hacer lo que me de la gana).
¿Si hay gente pobre que es floja? Seguro que sí, como también hay gente rica que lo es. Vienen más preguntas ¿qué es ser flojo? ¿quién decide? Volvemos al punto inicial, necesitamos un gran árbitro que luego se convierte en arbitrario y corrupto en extremo. Vaya, enredo, mejor dejemos la libertad, con su contrapeso de responsabilidad. Ah, por cierto, la responsabilidad también la genera la ley. Actúas de una manera, te conviertes en responsable de tus actos.
¿Este es un asunto de abogados? ¿le compete única y exclusivamente a nuestro alicaído Congreso de la República? ¿cómo hacemos? Bueno, les cuento que en el Perú tenemos una devoción hacia la ley. Nos fascina la ley, la invocamos para cada problema, la planteamos como solución casi siempre, la producimos en niveles realmente generosos por decir algo. Tal vez deberíamos mirar un poco más al fondo del asunto y pensar en cómo construir ese piso que buscamos para lograr algo de igualdad.
Lima, 04 de mayo de 2021
Eduardo Herrera Velarde.