Los amigos "adecuados"
En un reciente evento virtual organizado por el Consejo Privado Anticorrupción escuché el mejor diagnóstico de por qué la institucionalidad no tiene cabida, por ahora, en el Perú. Fue Alfredo Bullard quien me dio la respuesta y, más o menos, lo hizo en los siguientes términos: las instituciones impiden el “contacto” con el poder, ese contacto que busca beneficio de una manera perversa. Así, en un país como el nuestro en que existen grupos que viven de eso, grupos que en su mayoría pululan cerca del poder y no quieren alejarse porque así tendrían que competir y gestar en buena lid, no conviene un cambio. Luego entonces, a nadie le conviene la institucionalidad.
Y vaya que eso es cierto. Las instituciones son impersonales. Pese a estar compuestas por personas, deben funcionar a pesar de aquellas. La máquina de la institucionalidad nunca se detiene, esa es la mejor identificación que podemos ver. Que las cosas pasen, que la ley se cumpla, que nunca se detenga, ni dependa de nadie.
Cuando se produjo la elección de Biden en Estados Unidos le pregunté a un amigo que conoce mucho de la realidad política norteamericana ¿y qué pasa si Trump no acepta el resultado y se resiste a dejar el poder? De hecho, esa fue una pregunta, algo ingenua desde nuestra visión. Trump no puede hacer eso, apenas se produce el resultado ya todo se activa para la sucesión, me respondió mi amigo. Desde el chofer, pasando por todo el personal de la Casa Blanca, simplemente se deja de obedecer y todo sigue hasta que venga el nuevo jefe. Luego de la respuesta fue inevitable evocar la triste realidad de nuestro querido Perú cuando se produjo la vacancia de Martín Vizcarra y muchos esperaban cuál sería su reacción, si aceptaría o no la decisión del Congreso. En realidad, en un país con instituciones sólidas, nos guste la ley o no esta se cumple para todos, por igual, siempre.
Es cierto que en ciertas profesiones (abogados, gestores de interés, etcétera) y, en general en la vida del ser humano en sociedad, es ineludible crear relaciones. La constante interacción crea vínculos que son notorios e importantes en el contexto público – privado. Hoy, sin embargo, eso se ha estigmatizado al punto de que una foto, una invitación o una comida puede tornarse un “indicio razonable”, cuando, en realidad -según las circunstancias- podría constituir algo inocuo y cotidiano. Las relaciones, los vínculos no son malos, ni sujetos de proscripción, todo depende de cómo se usan y para qué. Por eso reza un viejo principio: “pídele a los amigos, solo lo que consideres correcto”.
En el sentido perverso -aquel que nos sitúa en el “amiguismo”, el “compadrazgo” o el vil “tarjetazo”- la institucionalidad no es conveniente porque aleja y torna fría la relación. Entonces se pierde la “llegada” y se elimina, o reduce al menos, el margen de maniobra para cualquier irregularidad. Por eso es que debemos insistir en crear y respetar a las instituciones, así demore y cueste; simplemente porque es la mejor ruta al desarrollo. Se fomenta con ello la competencia, el mérito, se abren las oportunidades para quien quiere aprovecharlas y, en fin, se confieren las opciones para que cada quien haga su proyecto de vida como mejor le parezca.
Tal vez el tópico de la institucionalidad no sea lo más popular o “sexy” ahora que todos hablan -apurados- de otros temas más urgentes; pero sin embargo debemos insistir en esto por nuestro bien y futuro, es la gran tarea pendiente, la deuda impaga. De lo contrario, por favor, ya no nos quejemos más. Simplemente no habrá más oportunidades para nadie.
Lima, 20 de mayo de 2021
Eduardo Herrera Velarde.