Y ahora pues..
Corriendo y apurados. Nuestro país -en un contexto en donde el mundo tampoco pierde el paso- es un lugar de prisas.
En el día actual del Perú ya no hay tiempo ni espacio. Cunde la indignación, entre otras emociones, entre varios pendientes que nos sabe, como excusa, a agenda global. Así, por ejemplo, necesitamos combatir el COVID y reactivar la economía -como todo el mundo- pero acá con raíces más profundas. En una necesidad de una “doble velocidad” porque no podemos soslayar tampoco la inseguridad, la violencia familiar y la mediática -tristemente- lucha contra la corrupción.
Las decisiones de prisa eluden la reflexión. Por eso estamos como estamos. En constante ensayo-error. Hace doscientos años así. Queriendo, pretendiendo, odiando, sin avanzar.
Luego de esta elección me queda más clara la polarización, matizada con varios “mini candidatos” como señala bien el gran Carlos Meléndez. Desde ahí, una parte postula la ambición de la “mano dura” paternal que no es otra cosa que la exigencia de siempre: que la ley se cumpla pues, qué tal raza, que se cumpla para todos. Volvemos a la emoción de la verticalidad. Estaríamos -casi con seguridad- dispuestos a ceder nuestra libertad con tal que de sentirnos algo protegidos.
De otro lado, una buena parte quiere la “justicia social”, sin que entienda yo ese término que parece irracional y una abierta contradicción. No puede existir justicia en quitarle a alguien lo que ha ganado legítimamente y en buena lid, como consecuencia de su habilidad, trabajo y/o esfuerzo en compás de la ética. Así la justicia social se vuelve inviable y, redundantemente, injusta.
Ahora bien, si el sentido de la re-distribución nace de un origen en que la inicial distribución de riqueza estuvo mal estructurada, acaso corrompida, entonces quitarle a quienes la obtuvieron en la mala lid parece ser un anhelo coherente. Muchas ideas para salir de esa sensación de frustración e impotencia que, por cierto, algo tiene de justificación, ¿cómo quitarle a aquel que logró fortuna mediante el clientelismo, el control político y/o la corrupción público privada? ¿vendrá entonces un impuesto justiciero? ¿existe eso? No, y todos sabemos, que para aquellos zamarros que forjaron su riqueza desde la ilicitud, la respuesta parece llegar desde el sistema de justicia. Pero todo lo que tenga que ver con “meter mano” en la verdadera forma de materializar la justicia eso da pereza ¿cierto? Ahí vamos otra vez.
Nótese el juego de las palabras clave que se pierden en el ático de nuestra mente, dejando en la lista de prioridades postergadas que algún día veremos. Todos sabemos que son necesarias. Un auténtico “saludo a la bandera” (por cierto, qué mal usada que es esa frase, desprestigiada y sin valor real). Palabras pomposas que nadie se atreve a materializar: justicia, cumplimiento de la ley, estado de derecho.
Pausa. Pausa. Recomendable es la reflexión.
Si la historia es un ciclo y en el Perú ello es más evidente, percibamos la repetición y rompamos el espiral. El país necesita del estado de derecho irremediablemente ¿por qué no nos damos cuenta? ¿o quizá si lo notamos, pero ejercemos conveniente ceguera voluntaria?
El estado de derecho determina, precisamente, que la “mano dura” no se convierta en una mano arbitraria. Ningún miedo justifica aceptar que, eventualmente, tengamos una bota encima del cuello. Eso puede pasar si seguimos como una república sin construir, con licencia por regularizar, bajando billete para que nadie nos cierre la construcción. Para que todos tengamos igualdad ante la ley, libertad, garantías, necesitamos estado de derecho. Solo así, insisto y no me cansaré, podremos hablar de posibilidad de desarrollo para todos. Que todos realicen sus proyectos de vida como quieran, sin hacer daño a nadie.
¿Será entonces esa la panacea? Por fin el Perú será campeón mundial. Habrá comida para todos, prosperidad, riqueza, desarrollo, pa´ todos habrá. No, pero tampoco seamos ingratos, sin estado de derecho, sin justicia, sin ley buena y posible cumplimiento, nada habrá; nada que dure al menos. Y así continuaremos tambaleándonos hasta la próxima elección.
¿Cómo hacemos estado de derecho? Ah bueno, sería emocionante empezar a hablar de eso. En lugar del dólar, de la calificación foránea, de la inversión extranjera, de más empresa y más trabajo, que precisamente se fija y requiere del concepto del que les hablo. Palabras clave, palabra con sentido que requieren menos emoción (o tal vez sí algo eso), mezclada con entendimiento, planificación, madurez. La construcción de un gran edificio de sólidos cimientos que ninguna mala elección hará caer. La institución funciona “sola” y no permite desviaciones.
Entonces, y ahora pues, que la elección depende de nosotros, actuemos como personas responsables. En lugar de encomendarnos a un ser superior (para los que creemos), ya no tenemos escapatoria. La elección nos ha generado esta situación propia y nos la merecemos. Si seguimos mirando con recelo, pereza y lenidad a estas palabras que antes he resaltado, así continuaremos. Siendo irresponsables frecuentes y permanentes, casi institucionales. El camino es fácil y lo sabemos ¿persistiremos en lo mismo? Más allá de a quien elijamos, ya no tenemos escapatoria. Próximos a cumplir doscientos años, tenemos que empezar a construir todo, y bien.
Lima, 15 de abril de 2021
Eduardo Herrera Velarde.