Una campaña electoral como todas, un país como siempre
Sin vídeo de “tik tok” o anuncio estrafalario no se llama la atención. Hay que gritar, lanzar ataques y ocuparnos de la “coyuntura”. Lo demás es interesante, pero no urgente.
El Perú se mueve a ese ritmo, no solo en las campañas electorales la estridencia prima. Lo urgente siempre, encima, muy encima de lo importante. Nos convertimos así en un país de prontitudes. Hasta que lo importante se convierta en urgente y nos demos contra el suelo (una vez más).
Durante esta campaña, con el Consejo Privado Anticorrupción, hemos intentado fomentar la discusión sobre tres temas eje. El primero sin duda epidérmico y, claro, urgente: la lucha contra la corrupción. Ahí no existen novedades y todo suena al mismo discurso absurdo habitual “vamos a acabar con la corrupción”. Desde ya les digo que el enunciado es falso pues nunca acabaremos con la corrupción (lo cual no elimina la aspiración utópica).
La sensatez nos lleva mirar este primer asunto en perspectiva. La corrupción nunca es el problema. Una persona soborna a un funcionario judicial para que su expediente avance más rápido ¿el problema es en sí el soborno o este es generado por, por ejemplo, procesos lentos y mal diseñados? Sin embargo, pensamos que solo encarcelando al funcionario se acabó la corrupción. Así lo ven nuestras autoridades y los aspirantes en esta campaña electoral.
Gana lo urgente. No interesa la real causa. Tal vez una ley que suba penas, o una nueva entidad estatal, o fortalecer a la Contraloría acaben con el problema de una buena vez.
La fórmula anterior parecería ser entendible y coherente si tuviéramos un Estado de Derecho de verdad, pero no, eso no existe. Entramos así al segundo tema eje de nuestra batalla pírrica. Los candidatos y todo el “establishment” en general pretenden que, por ejemplo, solo la elevación de penas menguará muchos de los problemas de nuestra realidad (no solo corrupción, también violencia familiar, robos, etc.). Aquí viene la pregunta del millón: ¿quién hace cumplir la ley previamente fabricada? ¿hay autoridad en el país? No, la ley es solo una publicación formal de El Peruano, una publicación que muchas personas no comprenden. Es un artificio que satisface el ego de algún legislador o postulante a serlo; no es casual que todos los candidatos al Congreso propongan una nueva norma legal. La ley necesita de algo más que nadie quiere ver.
El Estado de Derecho es precisamente esa mezcla -al parecer mágica- de ley, cultura y mecanismos de cumplimiento reales que interactúan entre sí para darle estabilidad a un país. En suma, que existen reglas claras y que se cumplen. En el Perú las propuestas no toman ni por asomo este concepto, cada vez más lejano, casi exótico y aburrido (no urgente). Queremos construir un país desarrollado con cimientos de prontitud, una vez más.
Para los que creen que lo antes dicho no tiene trascendencia, solo un dato no menor. Si usted aprecia algún elemento característico de todos los países con desarrollo es que tienen un Estado de Derecho sólido y fuerte que los respalda.
Si solo nos concentráramos en hacer cumplir nuestras propias leyes tendríamos que mirar, forzosamente al sistema de justicia, pero este solo nos interesa cuando tenemos un problema personal y nos encontramos enredados en un juicio. Ahí recién nos damos cuenta de que es un sistema lento, no predictible, inseguro y muchas veces corrupto. Todo esto se nos pasa cuando superamos el problema y logramos salir de la cadena de la injusticia. Pero fatalmente no todos pueden salir y no todos salen limpiamente.
¿Qué estamos esperando para ocuparnos de esto? El sistema no se va a reformar a sí mismo. Los hechos lo demuestran así, pese a contados esfuerzos que intenta impulsar cambios desde dentro. Pese a ello, nuestros candidatos huyen por desconocimiento o por perversa complicidad; mejor que las cosas queden así no más. No es urgente, ni conveniente.
Finalmente, nuestro tercer tema eje, está vinculado al aspecto más olvidado de toda esta campaña electoral y que, casualmente, es uno que reclamamos constantemente frente a todas nuestras últimas crisis de fondo: la ética.
Cuando se habla de ética inmediatamente nos viene a la mente una palabra que pareciera ser la solución que impulsará de inmediato a la ética en el Perú: los valores. Y como resulta ya típico evocamos alguna campañita con tintes más publicitarios o la necesidad de inculcar los valores desde la niñez; como si la generación adulta estuviese ya perdida.
En esta campaña, en donde debería estar la ética más presente que nunca, los partidos políticos nos hablan de códigos de ética, comisiones del congreso o en principios impresos en sus programas de gobierno (principios que nadie lee y que más bien parecen perderse en un “floro” barato).
¿Cuáles son los valores del Perú? ¿o cómo llevamos a la práctica los valores? ¿cómo logramos cambiar los hábitos tristemente normales en nuestro país? Esa es la mejor demostración de que la ética tiene vigencia y realidad. Lo demás son parches que nos muestran algo se hace o se quiere hacer. Más de lo mismo, urgencia en mostrar algo sin contenido. Todos lo sabemos no nos engañemos.
Quizá haga falta otro “vacunagate” para que aprendamos. Así, hasta que se nos acaben las oportunidades de lección.
Seguramente los temas detallados no son tan sexys como otros que priman en la realidad, pero aun así insistimos en su importancia. Mientras que algunas otras organizaciones piensan y se dedican a defender el modelo económico, nosotros intentamos darle sustento y viabilidad en el futuro. Mientras los líderes de opinión y empresarios se fijan en temas urgentes como la lucha contra el COVID o la reactivación económica, alguien debe de mirar más allá.
Bien dice Javier Marías en un artículo reciente: “hay que prestar atención a lo menor, a veces es sintomático de lo grave”.
Lima, 07 de abril de 2021
Eduardo Herrera Velarde.