¿A quién queremos en palacio de gobierno?
Molestia, “indignación”, para ir a tono con la palabrita de moda. Eso es lo que me causa, en general la campaña electoral. Cada vez más. Poco a poco hasta alcanzar el nivel de hartazgo y luego la apatía.
Mi sensación -y supongo no ser el único que piensa así- es que vamos en franco descenso. Escogiendo bajo ese estándar tan mediocre como el “mal menor”. Así será pues, así funcionan las cosas. Largo tempo el peruano oprimido.
Candidatos con estridencias, candidatos que mienten, candidatos con auténticos prontuarios, que opinan intentando abarcando el saber humano; así, como dicen con el ancho del mar, pero con la profundidad de una cuchara de sopa. No tengo ninguna duda, tenemos lo que nos merecemos. Hemos soportado y ahí está el resultado. Madre he ahí a tu hijo.
Desde una perspectiva de genuina responsabilidad tenemos que hacernos cargo del desastre. Toda acción tiene sus consecuencias. Los abogados le llamamos nexo causal: nos obligan a comer, la comida del restaurante es mala y aun así la aceptamos; el resultado es que la experiencia no puede ser buena.
Bueno y ya ¿qué hacer para cambiar esta situación? Ser conscientes que -como dice el tango- “vivimos revolcaos en un merengue”. Aceptar la situación es parte del cambio.
De ahí en más hablar de soluciones: voto voluntario, hacer transparente todo lo que se pueda de los candidatos y sobre ello ejercer nuestro derecho a consciencia. No es tan simple como elegir por el que más me simpatiza, el que “me han dicho que es bueno” o por el que todos van a votar. Esto es mucho más complejo que marcar una cédula. Si bien ese acto puede demorar menos de un minuto, el proceso anterior merece una reflexión y análisis más largos. Imagínese que va a comprar una casa o un auto. Sí, así de riguroso y más. La diferencia es que con el voto vamos a escoger a quien influirá directamente en nuestros destinos por, al menos, cinco años o tal vez más.
Escucho siempre ante mi argumentación sobre esto cosas como “es lo que hay” o “no pidamos en candidato perfecto”, afirmaciones que dan cuenta patente de la resignación en la que estamos sumidos desde hace muchos años. Mi hipótesis es que la mejora, es un camino que en algún momento nos debería llevar a rozar la excelencia como lo han hecho otros países. Bien dicen que, “si quieres llegar a la luna, hay que apuntarle al sol”. No es ser majadero, es intentar ser mejor.
En todo caso, ante la misma retahíla de argumentaciones “pragmáticas” y “realistas” vuelvo y pregunto: ¿acaso no es más utópico pedirle al mal menor que nos gobierne mejor?
Lima, 04 de marzo de 2021
Eduardo Herrera Velarde