¿Por qué Martín? ¿por qué otra vez?
¿Ocultar información es igual que mentir? ¿puede decirse que una persona que miente constantemente es mentirosa? ¿puede entonces tener un cargo público de confianza? ¿puede merecer nuestra confianza?
La fragilidad humana nos llevaría a pensar que quien no ha errado, quien no fallado simplemente no ha vivido. Así, la mentira es un pecadillo dentro de la maraña de miserias que ostentamos todos. Como aquella justificación de Luis Bedoya a favor de su hijo acusado de corrupción: “ha cometido un pecado, pero no un delito”; alegación deslucida viniendo de alguien que representa un ícono en la política nacional. En fin, pues se trata de alegación de un padre en favor de su hijo y allí todo cambia de plano.
¿Qué debemos exigir en nuestros políticos si al fin y al cabo son seres humanos? De Vizcarra se ha dicho de todo, hasta incluso, “que es el padre que todos los peruanos necesitan”. Hoy ha llegado a ser comparado con un reptil en un reciente libro del periodista Carlos Paredes. De héroe a villano en pocos meses. Calificaciones al fin y al cabo para un personaje que es más común de lo que creemos en nuestra política nacional.
La cuestión se relativiza cuando se trata de mentiras cercanas o de alguien que nos simpatiza, como un candidato, por ejemplo. Conforme he ido leyendo los planes de gobierno de los distintos candidatos para analizar lo que se propone sobre materias como reforma de justicia y lucha contra la corrupción, he encontrado de todo: mentiras abiertas (cosas que no se pueden hacer legalmente), omisiones (cosas que no se explican y solo se dicen), etcétera. Si una persona es capaz de mentir u omitir información cuando es candidato ¿podemos confiar en el/ella para autoridad?
Ahí vamos otra vez con la relativización de un estándar mediocre: “es que no hay nadie perfecto y además todos mienten en sus propuestas de campaña”. Así la campaña, como muchas veces se dice del enamoramiento, llega a ser una estafa consensuada: atracamos no más.
Siendo así las cosas debemos de preguntarnos: ¿cuál es nuestro estándar entonces respecto a este tipo de comportamientos? O mejor dicho ¿hasta dónde la tolerancia a la mentira?
Bien, aquí acudo a mi pasado penalista para traer una diferencia que toda persona con ese conocimiento sabe distinguir casi automáticamente: la diferencia entre dolo e imprudencia. Una persona que actúa con intención plena se descubre por los actos que lo rodean, por sus explicaciones posteriores, por la frecuencia de ese tipo de conductas e, incluso, por la magnitud de las mismas. A esta forma de comportarse podríamos equipararla con la plena intencionalidad (dolo). Del otro lado, el error es el equivalente a la imprudencia: no se quiso algo, pero al final, se produjo. Hay que aclarar que sobre esto hay, ciertamente, matices: la cuestión fundamental es si se pudo conocer y evitar el error antes que este se produzca.
Luego si trasladamos estos conceptos de origen penal (dolo e imprudencia) al tema del que nos estamos ocupando será un poco más sencillo hacer una evaluación. Todo caso es distinto y, al final, todo es relativo. Aun así, es importante tomarse la molestia de hacer este tipo de evaluaciones (de reflexionar para decirlo de una manera más directa). Si no reflexionamos nosotros alguien más lo hará y solamente seremos influenciados (manipulados) perdiendo todo control de nuestras existencias. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
El Perú es un país enfrentado constantemente a la judicialización inmisericorde. Treinta millones de jueces actuando despiadadamente con aquel que descubrimos (cuando queremos descubrirlo y juzgarlo). Y si bien no existe perfección humana, es crucial no perder de vista dos cosas en este punto: seamos plenamente conscientes de nuestro nivel actual, sin intentar sucumbir ante la mediocridad del “así son las cosas pues” para mantener el statu quo y, en consecuencia, mejoremos el estándar para exigir mejores candidatos y mejores autoridades. Esto solo se logra abandonando el automatismo que nos lleva a seguir como borregos a lo que dice la corriente. No señores, así sean millones a favor de un candidato que representa la mentira o la corrupción, mi voto no lo resigno a las encuestas ni lo regalaré (porque costó y cuesta mucho). De lo contrario, no nos quejemos luego por lo que tenemos: es lo que nos merecemos.
Lima, 13 de febrero de 2021
Eduardo Herrera Velarde.