No nos olvidemos de la reforma de la PNP
Mi padre siempre me decía que “solo Dios y los imbéciles no cambian”. Con el tiempo descubrí que esa frase no le pertenecía a él (según leí se le atribuye tanto a Miguel de Unamuno como a Joseph Ernst Renan). Aun así, entendí perfectamente el mensaje de mi viejo: no eres Dios, te toca demostrarte que tampoco eres imbécil y que, por lo tanto, eres dúctil al cambio cuando fuese necesario.
Las organizaciones son como las personas en ese sentido (en realidad son entelequias conformadas por personas). Las empresas, por ejemplo, tienen el incentivo de cambiar porque, de lo contrario, quebrarán y saldrán del mercado. Esto no ocurre con el Estado porque no existe tal incentivo y por eso en el Perú un montón de instituciones necesitan cambios o reformas: el Poder Judicial, la Fiscalía y, claro, la PNP.
La necesidad de reformas ha sido asumida por las personas con una respuesta de “sobre-diagnóstico”; por eso el Perú, de hecho, es un país “sobre-diagnósticado”. Sin embargo, la reforma en este tipo de casos no es tan sencilla como limitarse a aplicar ciertos diagnósticos de manera unilateral y directa (ojalá fue así). En palabras simples, esto equivale a escoger el sabor de la pizza que nos vamos a comer sin saber cómo la vamos a pagar.
En el caso de la PNP hay muchas propuestas, algunas sensatas, otras no tanto. La cuestión es cómo llegamos a hacerlas si antes no hemos generado el camino correcto para ese objetivo. Aquí solo hay dos maneras de encontrarnos en la posibilidad de hacer cambios e implementar todas esas medidas de diagnóstico: la reforma desde adentro y la reforma desde fuera. Lo que siempre se ha intentado es lo segundo y ha ocurrido lo mismo que en las otras experiencias (léase por ejemplo Ministerio Público o Poder Judicial). El organismo se contrae al sentirse “invadido” y por eso se defiende ante el intento de ser modificado. Se produce una cerrada defensa por los mismos miembros de la organización: “conmigo ni te metas hermanito”. En defecto de encontrar un líder o líderes correctos y comprometidos -que seguramente los hay- se sucumbe ante el status quo maldito que sigue prevaleciendo.
La PNP es una entidad plagada de corrupción. Tiene un sistema y muchas modalidades para ello: ascensos irregulares, apropiación de recursos internos (“gasolinazos”, por ejemplo), corrupción hacia el ciudadano (en investigación de delitos de cuello blanco y contra la corrupción, contradictoriamente). En suma, pedir una reforma desde adentro equivale como exigirle a un adicto que cambie por sí mismo y solo. Al sentirse pasos de reforma la PNP, como se ha visto en los últimos intentos, se ha defendido incluyendo a líderes positivos que, cobardemente, se han plegado a defender la “institucionalidad” que no es otra cosa que seguir igual no más creyendo que ellos mismos van a tomar medidas correctas. En el medio están los miles de policías que saben hacer su trabajo de forma admirable y eficiente (a pesar de los escasos recursos y, claro, la ingratitud del sistema que casi siempre les da la espalda).
Es realmente sorprender que ese mismo policía capo que puede desarmar una banda de delincuentes con una estrategia impecable, sea el mismo que, a la vez, tenga que comprar sus propias balas (literalmente) y tenga que pagar su cupo para quedar bien con el jefe o poder ascender. Así estamos. A nadie le conmueve esto porque desde afuera se acobardan y desde adentro se alinean.
El intento de reforma del Presidente Sagasti tuvo una buena intención, es crucial actuar desde fuera (así también como en los otros organismos). Por más que se horroricen, se enfurezcan o se sonrojen algunos, es imperativo pasarlos por encima y que chillen no más; la institución siempre estará por encima de ellos. No obstante, lo que no se puede permitir es carecer de una estrategia -mínima al menos- para evitar que sucedan cosas como las que hemos visto (por cierto, ya todo se calmó y, nuevamente, volvimos a la mediocridad reinante). Al Presidente se le olvidó eso y ahí tienen los resultados. Como siempre, una oportunidad de reforma tirada al suelo.
Lima, 28 de diciembre de 2020
Eduardo Herrera Velarde.