La bendita inmunidad parlamentaria
Seguramente es muy popular apoyar la inmunidad parlamentaria. Puedo imaginar ya a un Congresista con su propio equipo legal para hacer frente a todas las denuncias que les van a llover. Y con el sistema de administración de justicia que padecemos, en fin, huelga hacer mayor comentario.
Me gustaría, por ejemplo, que también se pongan las pilas en hacer que la comisión de ¿ética? sea independiente para que realmente sea eficaz. Por qué no empezar también a erradicar esa absurda idea de que el mejor Congresista es el que más leyes promueve. Incluso, llegando al extremo máximo de la pretensión, buscar lograr que las normas legales pasen por verdadero análisis costo beneficio y no el “fintero” que consignan casi todas las leyes. Pero no pues, ahí sí chocas con chocano primito. Se piensa que causas como las antes mencionadas son muy difíciles de conseguir y se sucumbe en el intento. Nos distraemos así en cosas que, si bien pueden ayudar, no necesariamente son prioritarias de cara a un efecto real.
En línea con lo antes expuesto, y más allá del afán de destruir al otro a cómo de lugar o mostrar quien es el más buenito del salón, estamos perdiendo de vista una cosa realmente gruesa: ¿realmente piensan siquiera que estamos cerca de lograr algo concreto en lucha contra la corrupción?
Veamos: ¿cuál es el origen de que tengamos Congresistas con casos judiciales? El primero es que, aceptémoslo, votamos muy mal. Escudándonos en una “mala oferta”, hemos aprendido a fracasar constantemente al clientelismo o al simplismo de votar basados en argumentos absurdos como: “parece una buena persona”, “es amigo de un amigo”, etcétera. De otro lado, desde los partidos la oferta cínica se fundamenta en que los candidatos cumplen con los requisitos legales, olvidan una obligación ética que también el respetable no sanciona; por ello la frase tembleque que perdura cuando se descubre el escándalo: “me sorprendieron”. De ahí en más todo es una auténtica coladera que soslaya algo que también resulta capital: tener o no una investigación penal no supone certeza de nada. Recuerdo para ello aquella frase de Oscar Wilde: “todo pecador tiene un futuro, todo santo tiene un pasado”. La contradicción se da, por ejemplo, con el ex Presidente que ahora quiere ser Congresista y que, oh casualidad, tiene varias investigaciones en su contra. La norma, entonces, no sirve de nada.
Las cifras pueden ir indicándonos algo sobre el asunto. En el período 2011-2016 se eligieron 05 Congresistas con condena. Esta suma descendió a 03 en el período 2016 – 2019 previo a la disolución del Congreso, para finalmente, en el período actual, volver a los 05 que teníamos inicialmente. Si hablamos de números fluctuamos en un promedio de 2.3% a 3.8% de Congresistas cuestionados legalmente. Aunque duela decirlo y se desinfle el globo del show, luchar por la inmunidad parece no ser un punto neurálgico.
Dejando el cinismo de los números de lado puedo comprender la alegación de que la insistencia por la eliminación (regulación) de la inmunidad es un asunto de principios y todo bien por mí. Lo que quiero resaltar es que estratégicamente concentrarnos solo en la punta del iceberg y en ciertos nombres, podría hacer perder foco al objetivo real ¿o realmente creen que, por ejemplo, metiendo a la cárcel a Hinostroza Pariachi vamos a acabar con la corrupción en el sistema de justicia? Lo mismo en el caso del Congreso.
No me voy a cansar de decirlo: la corrupción no es el verdadero problema, nunca. Es solo el síntoma del algo que no funciona bien. Metemos a Hinosroza Pariachi a la cárcel ¿y creen que, hacia abajo, por ejemplo, en los secretarios o especialistas de juzgado no hay casos de corrupción hoy?
Lo que hace falta ya, y tampoco me voy a cansar de decirlo, es una verdadera estrategia contra la corrupción. Una verdadera estrategia que tenga la visión del todo, que vea la mejor forma de abordar a una institución corrupta (para que no nos suceda lo que actualmente vemos con la PNP) y que manifieste el entendimiento real de la cuestión. Las experiencias exitosas, básicamente, se ciñen a tres ejes concretos: normas inteligentes, educación (no solo adquisición de conocimientos) y enforcerment. Estos tres ejes deben descansar en la figura -independiente y con autoridad- de un responsable (24×7) a quien exigir resultados.
No nos engañemos buscando ganarnos el cielo mostrando quien es más transparente o impoluto (créanme, hasta el más pintadito sea cae casi siempre). Esto no se trata de una lucha del bien contra el mal porque ambos -así como la transparencia o la calidad de impoluto- son relativos. Seguir así determina continuar atrapados en un waipe irresoluble, celebrando todos los años día de la lucha contra la corrupción para decir que algo hacemos.
Lima, 14 de diciembre de 2020.
Eduardo Herrera Velarde.