¿Cuánto debe ganar una empresa?
Como hay algunas empresas que, simplemente, pierden el norte y se enloquecen por la utilidad, entonces aparece la tentación de controlarlas, a todas. Y es que el reto de la auto regulación nos lleva a querer asegurar que todos van a hacer lo que es correcto.
Entendamos en principio que la empresa es una entelequia, una creación del Derecho para representar la forma como el trabajo se organiza. Entendamos que la empresa, y en general cualquier forma de trabajo, está orientada a -principalmente- conseguir beneficios económicos y producir riqueza. Obtener utilidades, desde esa perspectiva, no puede ser penado.
Hace algunos días conversaba con un ex CEO de una empresa importante acerca de todo este concepto de utilidad. Ciertamente, la utilidad es resultado de un sinnúmero de factores como el sector en el que se desarrolla la empresa, el nivel de riesgo (la inversión), la posición en el mercado, etcétera. Me contaba este amigo que, actualmente, hay sectores en los cuales el precio de un bien o servicio -y, por tanto, la utilidad- se determinaba por un algoritmo que aparta a los seres humanos de esa decisión.
La imposibilidad de uniformar el concepto de cómo se calculan las utilidades me lleva a concluir que no es posible regularlo por más esfuerzo que se pretenda. Con esto, no es posible asegurarnos que todos -ni siquiera un porcentaje- haga lo correcto (concepto que, de por sí, encierra sus propias particularidades). Intentar hacerlo desnaturaliza a la empresa, mata la auto regulación y adormece la voluntad de las personas. Me preocupa, por eso, que la tendencia imperante sea esa (la de controlar y regular todo, cuando está demostrado que no es posible sin limitar libertades). Nunca podremos cubrir todos los espacios de distorsión, es materialmente imposible. La regulación, vista así, sería infinita y cada vez más limitante y lacerante de nuestra libertad.
¿Qué hacemos entonces? ¿esperamos de brazos cruzados mientras unos se hacen ricos a costas de otros? No me cansaré en sostenerlo, la posibilidad de generar riqueza es infinita. La riqueza no es escasa, por lo que no hay un cupo limitado por el cual debamos de pelearnos. Si seguimos pensando “distribuitivamente”, estamos condenados a exprimir a toda fuente generadora como si fuese explotadora (lo que no quiere decir que no existan casos de ese tipo). No obstante, eso no responde la interrogante.
La solución radica en la necesidad del desarrollo de sentido ético. Veamos. Si una empresa en condiciones normales, gana 3 ¿por qué no podría reflexionar que, en las circunstancias actuales, debería re-pensar ese porcentaje? ¿por qué debemos esperar a que otro nos amenace para cambiar nuestra conducta? Pienso que, en muchos casos, generamos incentivos para la intervención que hasta cierto pareciera justificarla y legitimarla. Entonces como no existe auto regulación en la búsqueda de la utilidad (infinita) navegamos en el mar hasta que alguien simplemente se de cuenta y explote todo en nuestra cara; eso no es ética, es cálculo y conveniencia. Abusamos de nuestra suerte, sin mirar la tendencia de “copamiento reglamentarista” que se muere por intervenir. Ahí fracasamos porque la libertad se convierte en un libertinaje que solo piensa en aspirar más y más dinero sin pensar las consecuencias. No, eso no es empresa, es un negociado camuflado que desprestigia y pone en tela de juicio a los otros que queremos generar riqueza correctamente. El truco, entonces, no es el cuánto, sino el cómo.
Los consumidores, por otro lado, nos resignamos a ser un dígito más en la estadística y a pensar que el “sistema es así y que nadie lo va a cambiar” trágicamente. No, el verdadero poder, la razón de la empresa, está en el consumidor que es su fin (aunque pareciera que algunas empresas lo pierden de vista). Ese es el verdadero capitalismo, el que piensa para fuera y no mirándose el ombligo, aquel que tiene en cuenta cada vez más a sus stakeholders. No nos desanimemos, las crisis de este tipo nos hacen ver que una persona es el inicio, la masa crítica en este caso enciende el mechero hasta llegar al cambio. El cliente, siempre, siempre, tiene la razón.
No busquemos que nos regulen más. Hagamos honor al sentido de empresa (ética). Puede ser, incluso, una interesante estrategia comercial (hay millones de casos que reflejan esto). Aun así, debemos de hacerlo para no fracasar como especie (porque somos, supuestamente, los únicos que reflexionamos). Debemos de hacerlo porque así lo manda la ética del deber ser. Debemos de hacerlo porque es, simple y sencillamente, lo correcto.
Lima, 30 de junio de 2020
Eduardo Herrera Velarde.