MANAGEMENT Y ANTICORRUPCIÓN
Grande fue mi sorpresa al encontrar en el Diccionario de la RAE la palabra anticorrupción cuando estaba buscándole título a este artículo. Sin duda alguna es un reconocimiento a la realidad. La empresa de hoy, sin duda, mira al riesgo penal -y en particular a la anticorrupción- como algo más próximo.
Pero mi desconcierto es mayor aun cuando veo que los grandes programas de formación de hombres de empresa no incluyen -seguramente con algunas notorias excepciones- un acercamiento real al tópico con lo que, al parecer, se le da espalda a la realidad. Y es que el empresario desde hace muchos años ha decidido vivir de espaldas al riesgo. Insisto, en su mayoría.
No pretendo que el hombre/mujer de empresa se encuentre en condiciones de armar un programa anticorrupción. Solo basta, por el momento, que el empresario mire con interés el concepto. Luego que se familiarice con aquel haciéndolo parte de su gestión; como ocurre con el liderazgo, manejo financiero y económico, capital humano, etcétera. Claramente, el management tampoco mira con atención al tópico de moda: la anticorrupción y, menos a la ética (lo cual no quiere decir que los empresarios no sean éticos).
Para empezar, se trata de un concepto tipo bosque, con el equilibrio, por cierto, de un ecosistema. Si un elemento falla, se descompensa el orden. Este orden se compone de un primer aspecto formal que no debería de circunscribirnos ciegamente a la “procedimentología”; la experiencia nos demuestra que todos los procedimientos son falibles y eludibles (por eso, la regla mundial, de “hecha la ley, hecha la trampa”). Luego, como adición indisoluble, la ética -entendida no como la nube, sino como la posibilidad de ganar dinero alineado a ciertos valores corporativos-. La ética es precisamente lo que le da fijación al procedimiento. Tal es la razón por la que hablo de un orden y no solo de un procedimiento.
La idea antes señalada es crucial. El empresario piensa, equivocadamente, que el procedimiento le salvará y delega la labor en el área correspondiente, cuando, en realidad, este asunto es transversal y eso, señores, debe de llevar a que el empresario (a) tome nota y conciencia, internalice el riesgo -no solo el financiero, económico, etc-sino también el concerniente al que nos ocupa (que abarca muchas veces el reputacional). Este conocimiento, insisto, debe de ser parte del management. Se trata de la gobernanza de la empresa; aquello que le da sostenibilidad en el tiempo.
Lo demás es, trágicamente, historia, cuando no se conocen los riesgos (que forman parte de ese “bosque”) el limite se difumina, de manera que, cruzar aquella delgada línea roja maniquea que separa el “bien” del “mal”, se convierte casi en un azar. Puede ser señor empresario que usted este cometiendo un delito y no se haya dado cuenta.
Me gustaría que desterremos la idea de que la anticorrupción, la ética o el compliance lo ve tal o cual persona alejada (desterrada) del directorio. Hay que darle su real valor e importancia, no por lírica sino por utilidad también. Por eso me decía bien mi amigo Francois Vallaeys en una reciente conversación: la ética puede valer cero un día, pero luego un desastre corporativo, lo vale todo.
Lima, 09 de enero de 2019
Eduardo Herrera Velarde.