¿Rechazaría usted un negocio rentable?
Salvo que se trate de una rentabilidad muy baja o consista en un riesgo muy alto, muy pocas personas -en su sano juicio- rechazarían un buen negocio. Pero ¿qué pasaría si ese mismo negocio implica necesariamente un comportamiento “cuestionable”?
Vamos con un ejemplo: su empresa tiene un servicio de interés del Estado; entonces un funcionario público toma contacto con usted y le propone ser proveedor de la entidad estatal con una “pequeña inversión” del diez por ciento del contrato. En buen castellano, ese funcionario le propone el pago de una “coima” para que el negocio sea suyo. ¿Cuál sería su decisión?
El riesgo de obtención del contrato es equivalente a cero. El mismo funcionario contratante le está ofreciendo la oportunidad. El riesgo de ser descubierto, en coyunturas como la nuestra, es también bastante bajo (salvo que alguien que sepa de toda la historia detrás, le delate). Incluso, siendo descubierto, los riesgos de ser juzgado o sentenciado son también escasos.
No es necesario tampoco que el negocio tenga características estatales. En las corporaciones privadas, a menudo, la política comercial se desentiende de cualquier examen ético; es decir, ni siquiera se analiza si nuestra venta puede determinar algún comportamiento no ético. Casos de ejemplo a nivel mundial, sobran (Volkswagen, Wells Fargo, etcétera).
Todas las empresas privadas buscan lucro y eso no tiene nada de cuestionable. Es lógico y coherente que la política comercial consista en vender todo lo más posible. El punto central, en ese contexto, está en identificar cuál es el límite para aceptar negocios; solamente hacerse la interrogante ya es un gran avance.
Si le proponen tratos con características como las descritas arriba, existen tres opciones: aceptar, rechazar o, simplemente “hacerse el loco” y esperar a que un tercero subordinado decida (con un mandato implícito de aceptar, por supuesto). ¿Qué haría usted?
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