Universidades sostenibles
Por Jonathan Golergant, rector de la Universidad Tecnológica del Perú
La sostenibilidad dejó hace tiempo de ser una causa reservada a ambientalistas. Hoy es, sobre todo, una tarea educativa. Las universidades, por su escala, su capacidad de influencia y su papel en la formación de futuros profesionales, tienen la responsabilidad de hacer que la sostenibilidad deje de ser un discurso y se convierta en una práctica cotidiana.
En el Perú, donde las brechas sociales, ambientales y tecnológicas se superponen, la universidad puede ser un agente de cambio decisivo. No solo por lo que enseña, sino por cómo enseña, cómo investiga y cómo se relaciona con su entorno. Cada decisión institucional, desde el uso de energía en los campus hasta la ética de la investigación o el diseño curricular, puede contribuir a formar ciudadanos y profesionales capaces de pensar en el largo plazo.
Tomemos como ejemplo la experiencia de la Universidad Tecnológica del Perú (UTP). Su política de sostenibilidad y responsabilidad social busca integrar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en todas las dimensiones de la vida universitaria: la gestión, la formación, la investigación y la proyección social. No se trata solo de tener un curso sobre medio ambiente, sino de asumir la sostenibilidad como una competencia transversal del egresado. Por lo tanto, el desafío es desarrollar profesionales que consideren el impacto social y ambiental de cada decisión y cada acción en el ejercicio de su profesión.
Esa visión se traduce en hechos concretos. La UTP ha medido la huella de carbono en sus campus, ha implementado programas de economía circular y ha promovido acciones de ecoeficiencia para reducir residuos y consumo energético. Pero lo más valioso ocurre en el aula y en la comunidad cuando los estudiantes participan en proyectos de voluntariado social y ambiental, en hackathones para resolver retos sostenibles y en investigaciones orientadas a los ODS. La universidad, al tener presencia en 11 regiones del país, logra además que ese aprendizaje tenga impacto territorial, llegando a comunidades donde las soluciones sostenibles son una necesidad urgente.
La sostenibilidad universitaria, sin embargo, no se limita al medio ambiente. Incluye también la inclusión, la diversidad y la accesibilidad, porque ninguna sociedad puede ser sostenible si excluye talento o reproduce desigualdades. En este campo, la UTP ha desarrollado capacitaciones docentes sobre accesibilidad, producido materiales educativos inclusivos y promovido actividades de sensibilización entre estudiantes. Estas prácticas muestran que la sostenibilidad no es un añadido, sino una forma de gestión universitaria. Y que cada universidad, desde su identidad, puede construir su propio camino. Algunas pondrán más énfasis en la investigación aplicada, otras en la extensión universitaria o en la innovación curricular. Lo relevante es que el compromiso sea integral y sostenido en el tiempo.
El desafío mayor es formar profesionales comprometidos con la sostenibilidad: ingenieros que diseñen infraestructura eficiente, comunicadores que construyan narrativas responsables, economistas capaces de encontrar formas de crear valor sin trasladar esos costos a las generaciones futuras, educadores que multipliquen conciencia. Cada egresado debería llevar consigo una brújula ética que oriente sus decisiones, más allá de la lógica transaccional del día a día. Para lograrlo, las universidades necesitan medir su impacto, rendir cuentas y crear una cultura institucional coherente. No basta con cumplir metas anuales; se trata de cultivar una comunidad que valore el cuidado del entorno y la integridad. El estudiante comprende la sostenibilidad no cuando la escucha, sino cuando la vive en su campus, en sus clases y en sus relaciones con la sociedad.
En tiempos en que la palabra “sostenibilidad” corre el riesgo de volverse una moda vacía, el rol de las universidades es devolverle contenido. Enseñar que ser sostenible es pensar en nuestro futuro común y que la educación, si no es sostenible, deja de ser educación. Las universidades podemos y debemos ser organizaciones que transforman no solo mentes, sino también entornos, comunidades y regiones. Porque formar profesionales e instituciones capaces de construir un país sostenible es, al final, el mayor acto de responsabilidad social que una universidad puede realizar.

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