Diseño de la formación práctica en la universidad
Jonathan Golergant, Rector de la Universidad Tecnológica del Perú (UTP)
El mundo laboral cambia con rapidez y exige a las universidades formar profesionales capaces de responder con pertinencia, creatividad y responsabilidad a los desafíos de su entorno. Por ello, la educación superior debe ofrecer experiencias prácticas diseñadas con rigor que permitan a los estudiantes poner a prueba lo aprendido en situaciones reales o simuladas, transformando el conocimiento en competencias aplicables.
En la Universidad Tecnológica del Perú (UTP) hemos apostado por un modelo que coloca a la práctica en el centro del proceso formativo. Una de sus expresiones más claras son los cursos evidencia, espacios en los que los estudiantes deben demostrar, a partir de proyectos concretos, que están desarrollando las competencias esperadas en su carrera.
Muchos de estos cursos evidencia no son asignaturas que transmiten nuevos contenidos, sino que propician la integración del conocimiento previamente adquirido a través de retos prácticos diseñados para que los estudiantes puedan aplicar de manera creativa lo aprendido.
Por ejemplo, en Ingeniería Mecatrónica, los estudiantes diseñan y construyen un robot móvil capaz de subir escaleras. En Ingeniería de Software, desarrollan aplicaciones digitales orientadas a resolver problemas ciudadanos. En Arquitectura, elaboran la maqueta de un hospital comunitario. Cada proyecto, en cada carrera, convierte conceptos en experiencias tangibles y brinda a los jóvenes la oportunidad de adquirir confianza en su capacidad de transformar ideas en resultados concretos.
La manera de evaluar en estos cursos también es distinta. Para evitar la subjetividad y dar a los estudiantes claridad sobre lo que se espera de ellos, se utiliza rúbricas de evaluación. Estas describen de manera detallada los diferentes niveles de logro, desde el desempeño básico hasta la excelencia. Así, cada estudiante sabe qué significa hacer un buen trabajo y qué debe mejorar para alcanzarlo. El proceso deja de ser una caja negra y se convierte en un camino transparente.
Un aspecto particularmente valioso es que muchas de estas evaluaciones se realizan con jueces externos, profesionales especialistas en los temas abordados, pero sin vínculo con los cursos. Esto permite separar el rol del formador del rol del evaluador, como ocurre con la defensa de una tesis o con la evaluación de un deportista a cargo de alguien distinto a su entrenador. Gracias a este sistema, la universidad obtiene una visión objetiva de la distancia entre el nivel de competencia esperado por el mundo laboral y el efectivamente mostrado por los alumnos. Esa información resulta esencial para identificar oportunidades de mejora y ajustar de manera continua los planes de estudio.
De este modo, la universidad puede construir una ruta formativa que, ciclo tras ciclo, impulsa a los estudiantes a demostrar desde las aulas, los laboratorios o los simuladores, que pueden desplegar las destrezas que necesitarán en su vida profesional. Así, al culminar sus carreras, no solo cuentan con conocimientos teóricos, sino también con la experiencia de haber resuelto problemas comparables a los que enfrentarán en su ejercicio profesional.
La educación superior en el Perú tiene el reto de avanzar hacia modelos que aseguren la comprobación de competencias realmente relevantes. En un contexto donde la adecuada empleabilidad, la innovación y la capacidad de adaptación son esenciales para construir el país que queremos, las universidades deben ofrecer de manera sistemática experiencias prácticas que impulsen a los estudiantes a proponer soluciones originales, junto con evaluaciones objetivas que midan las habilidades necesarias para su ejercicio profesional. Asumir este compromiso es parte fundamental de la responsabilidad de la universidad con la sociedad.

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