Universidades como Escuelas de Ciudadanía
Por Jonathan Golergant, rector de la Universidad Tecnológica del Perú (UTP)
El Perú vive tiempos marcados por la polarización, la desconfianza hacia las instituciones y un creciente desencanto con la democracia. Las consecuencias se sienten en la vida diaria, en la forma en que nos relacionamos, en cómo debatimos, y también en cómo nos desentendemos de los asuntos públicos. Frente a este escenario, la universidad peruana no puede mantenerse al margen, sino que está llamada a asumir un rol activo en la construcción de ciudadanía.
La educación superior no debe ser entendida como un proceso que forma únicamente para el empleo o la productividad. Hoy es evidente que eso no basta. No podemos pensar en un país viable sin compromiso cívico y responsabilidad con nuestro entorno. Necesitamos profesionales que también sean ciudadanos. Personas capaces de aportar desde su carrera al bienestar de otros, pero también dispuestas a involucrarse, a participar y a desarrollar el espacio público.
Según el INEI, el 32,9% de los peruanos considera que el aspecto más relevante de la democracia es el respeto por los derechos de todas las personas, y un 32,5%, valora la libertad de expresar libremente las ideas. Desde la universidad, se puede abordar esta expectativa afianzando estos y otros aspectos claves de la convivencia en democracia de manera concreta y estructurada. Un ejemplo de ello es el curso “Ciudadanía y Reflexión Ética”, que forma parte del plan de estudios de todas las carreras en la Universidad Tecnológica del Perú (UTP). Se trata de un espacio transversal en el que se reflexiona sobre los derechos y deberes, el funcionamiento de la democracia, el rol del Estado y el mercado, así como la importancia del pensamiento crítico frente a la información. Este curso no se queda en lo conceptual. A través del análisis de casos y dilemas éticos reales, busca que los estudiantes reconozcan el impacto de sus decisiones, tanto personales como profesionales, en la vida en sociedad. Este curso transversal se complementa en cursos posteriores, como “Ética Profesional”, donde los estudiantes integran estas nociones a los desafíos específicos de sus carreras. Este tipo de formación no puede ser visto como un complemento, sino como un componente esencial de la educación superior. No es posible formar buenos ingenieros, enfermeros o abogados sin formar, al mismo tiempo, personas íntegras, conscientes de su entorno y comprometidas con su comunidad. Por definición, toda profesión existe para atender necesidades sociales. Si perdemos de vista esa conexión, vaciamos de sentido el acto de educar.
Además del trabajo en el aula, hay múltiples formas en que las universidades pueden fomentar el ejercicio de la ciudadanía. Las prácticas de voluntariado o la participación estudiantil en iniciativas de servicio a la comunidad son solo algunos ejemplos. Estas experiencias son formativas no solo por lo que enseñan, sino porque despiertan en los estudiantes el sentido de responsabilidad compartida. En la UTP, por ejemplo, miles de jóvenes se suman voluntariamente a jornadas de limpieza de playas, campañas de arborización o a proyectos que capacitan a escolares y a directivos de colegios en primeros auxilios, prevención de riesgos ante desastres naturales o seguridad psicológica. Estas acciones permiten traducir en hechos concretos los valores que se promueven en clase. También la investigación puede ser un vehículo poderoso para construir ciudadanía. Cuando los estudiantes se involucran en proyectos que buscan resolver problemas concretos de sus comunidades no solo desarrollan competencias académicas, sino también sensibilidad social, empatía y vocación de servicio. Así, la universidad deja de ser una burbuja separada del país y se convierte en un agente activo de transformación.
La universidad peruana tiene ante sí una oportunidad que no debe desaprovechar. En un país donde la institucionalidad se debilita y el tejido social se fractura, la educación superior puede y debe ser un espacio de encuentro, de reflexión, de construcción colectiva. No se trata de imponer una visión, sino de formar personas capaces de dialogar desde la diferencia, de respetar las reglas del juego democrático, y de comprender que lo público también es propio. Este compromiso con la ciudadanía exige coherencia institucional. Requiere que las universidades, como comunidades vivas, encarnen en su cultura interna los valores que quieren promover hacia afuera. Por eso, el civismo es una práctica que se debe reforzar todos los días.
Formar ciudadanía desde la universidad no es una tarea sencilla, pero es particularmente necesaria. Si aspiramos a construir un país más justo, más democrático y más humano, necesitamos formar no solo profesionales calificados, sino ciudadanos activos. Si queremos reconstruir la confianza en nuestras instituciones, revitalizar el compromiso cívico y sentar las bases de una convivencia constructiva, no podemos postergar esta tarea. La universidad peruana, en su diversidad, tiene una capacidad única para liderar este proceso. Y tiene, también, una enorme responsabilidad. Hacerlo es una forma de apostar por el futuro.

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